viernes, 31 de agosto de 2007

SOBRE LA INSCRIPCIÓN AUTOMÁTICA

Para los que nos interesa la calidad de nuestro sistema político, y especialmente para aquellos que participaron en ATCH y se mostraron entusiastas partidarios de la inscripción automática, les presento esta columna de Navia con los mismos argumentos que nosotros hemos ocupado por años (las negritas on mías).
¿Quién quiere sufragio universal?
viernes agosto 24, 2007
Patricio Navia
Capital, #211, agosto 24, 2007

De no mediar una reforma al sistema de inscripción electoral, las presidenciales de 2009 tendrán la participación más baja de los últimos 50 años. Por eso, independientemente del debate sobre la obligatoriedad del voto, el Estado debería automatizar el sistema de inscripción o al menos modernizarlo.

Desde comienzos del siglo XX, la participación electoral aumentó sostenidamente en Chile. Para la elección presidencial de 1920, participó un 9,1% de la población en edad de votar (PEV). En 1942 ya votó un 17,4%. Después de que las mujeres adquirieron el derecho a voto en 1949, la participación alcanzó a un 29,1% en las presidenciales de 1952. Para la elección de Alessandri en 1958, llegó al 33,8%. La contienda presidencial de 1964 atrajo a un 61,6% de la PEV. En la presidencial de 1970, participó un 56,2%. Y en las parlamentarias de marzo de 1973, un 69,1%. Después que el plebiscito de 1988 convocara a un 90% de la PEV, la participación electoral ha mostrado una tendencia sostenida a la baja. Si bien la participación sigue siendo alta respecto al padrón (88% en las presidenciales de 2005), muchos chilenos no están inscritos en el padrón.

El número de inscritos se ha mantenido estable desde el retorno de la democracia. En 1993, había poco más de 8 millones de empadronados. Ya que había una PEV de 9 millones, el padrón incorporaba al 90% de la población con derecho a voto. En 2005, había 8,2 millones de inscritos y una PEV de 10,6 millones, por lo que el padrón incorporaba sólo al 77% del universo. Lo más probable es que pocos chilenos se inscriban para votar entre ahora y 2009, por lo que el padrón electoral probablemente sólo llegue a unos 8,5 millones de electores. Pero, de acuerdo a las estimaciones del INE, habrá 12,1 millones de chilenos mayores de 18 años en 2010. Esto quiere decir que, para el bicentenario, uno de cada tres chilenos en edad de votar no estará inscrito en el padrón.

Si adicionalmente consideramos que la abstención alcanza a poco más de 10% de los inscritos y que un 7% de los que participan anulan o dejan su voto en blanco, podemos anticipar que aproximadamente un 40% de todos los chilenos en edad de votar se habrá marginado de los próximos comicios. Ya sea porque no se inscriben, porque estando inscritos no votan o porque anulan o dejan en blanco su voto, dos de cada cinco chilenos no votará en 2009. Quienquiera gane, habrá llegado a La Moneda con el apoyo de un 25-30% de la población en edad de votar.

Chile tiene un peculiar padrón electoral. La votación es obligatoria para los inscritos. Pero inscribirse es opcional (y cuando uno se inscribe, ya no se puede salir más). Como la mayoría de aquellos en edad de votar en 1988 se inscribieron, casi todos los mayores de 40 años estarán inscritos en 2009. Los que cumplieron 18 después del plebiscito tienen tasas de inscripción mucho más bajas. Una mayoría de ellos no está empadronada. Para poder inscribirse, hay que viajar, literalmente, al siglo XIX. El mal financiado Servicio Electoral no posee ni la tecnología ni la facultad legal para modernizarse. Es mucho más difícil inscribirse para votar que hacer la declaración de impuestos. Como si eso fuera poco, el padrón se cierra 90 días antes de la elección. Cuando la gente recién empieza a poner atención a las campañas, ya no hay posibilidad de inscribirse.

La Concertación sabe que este padrón truncado les beneficia. Mientras el grueso del electorado todavía esté marcado por el plebiscito de 1988, la Concertación podrá seguir gozando de supremacía electoral. Por eso, cada vez que alguien sugiere actualizar el sistema de inscripción, los concertacionistas transforman una propuesta de modernización del Estado en un debate moral sobre la obligatoriedad del voto. Incomprensiblemente, la Alianza tampoco parece interesada en contribuir a dejar atrás el efecto plebiscito de Pinochet. Si bien la Alianza hace grandes esfuerzos por renovarse, el mercado de votos donde no tiene desventaja frente a la Concertación no es parte del universo electoral. La mayoría de los menores de 35 años, mucho menos marcados por el complejo legado de la dictadura, presumiblemente estarían más dispuestos a votar por la Alianza. Pero ni siquiera están inscritos.

Nada de esto es nuevo. En noviembre de 2002 en una columna en Capital alegué que uno de cada cinco chilenos no estaba inscrito. Hoy es uno de cada tres. Mientras seguimos enfrascados en debates teóricos sobre la obligatoriedad del voto, se debilita el sufragio universal y, por consiguiente, se erosiona la principal base de la democracia representativa.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Todos contra el neoliberalismo - Columna de Pato Navia

En base a las movilizaciones de hoy, me hace mucho sentido la visión de Navia respecto a la actitud del PS y de algunos sectores de la Concertación, que en el afán de quedar bien con todo el mundo, no logran definirse entre ser gobierno u oposición.

A todo esto, les dejo el link con el video donde le aforran un "palazo" a Navarro. Hagan click aquí.

Todos contra el neoliberalismo

Patricio Navia

La Tercera, agosto 29, 2007


De todos los sospechosos que podrían haber apoyado el paro de hoy, el PS es el menos autorizado moralmente para darle un espaldarazo a una protesta contra el gobierno de Bachelet.


Ningún político quiere identificarse con el neoliberalismo. Después de 17 años de gobierno, la Concertación nunca ha reconocido su paternidad adoptiva sobre el modelo. Aunque tiene rostro humano y cambió de nombre a economía social de mercado, sus críticos correctamente señalan que Chile tiene una economía neoliberal. La Concertación lo usa para gobernar pero gana elecciones criticándolo. La Alianza espera que el electorado desaloje a la Concertación para llegar al poder a administrar el modelo.


Aunque Bachelet nombró un gabinete económico neoliberal (con rostro humano), no pierde oportunidad para criticar el modelo. Esa actitud es consistente con la decisión del PS de sumarse a las manifestaciones. Los socialistas protestan contra el modelo que ellos mismos han defendido—implícitamente, por conveniencia y por omisión. Tenemos un modelo neoliberal porque la Concertación ha optado por mantenerlo. Eso le ha hecho bien al país. Por eso, además, la Concertación sigue ganando elecciones.


Pero porque las críticas al neoliberalismo son crecientemente populares, el PS se suma. ¿Hay algo mejor que ser gobierno y oposición a la vez? Al sumarse a la manifestación, el PS se tiñe de populismo. No son los primeros. La Alianza inauguró esa práctica con Lavín. El PDC lo intenta sin éxito. Todos nuestros partidos políticos se han convertido al populismo.


Afortunadamente, el modelo neoliberal sigue firme. Mejorado por la Concertación, el modelo le ha dado a Chile sus mejores dos décadas de desarrollo. Tal vez al criticarlo, el PS podrá seguir en el poder (administrando el modelo.) Pero en la pendiente resbaladiza del populismo, los primeros en caer son los partidos políticos y los líderes que no se atreven a defender sus propias políticas.

domingo, 26 de agosto de 2007

¿Socialismo bolivariano en Chile? Editorial El Mercurio, domingo 26 de agosto.

Como el Presidente de Venezuela no disimula su propósito de injerencia política en otras naciones, en busca de unirlas en su proyecto de Confederación (o República) Socialista Bolivariana, la cerrada defensa de su gestión por ciertos parlamentarios chilenos lleva a preguntarse si no estamos ante una cabeza de puente de esa iniciativa en nuestro territorio.

Ante la interrupción, por decisión de Chávez, de las transmisiones de RCTV de Caracas, en el Senado chileno se votó un acuerdo para hacer ver la preocupación de esa rama del Congreso. Lo apoyaron representantes de todos los partidos de la Concertación —los senadores Naranjo (PS), Muñoz Barra (PPD), Vásquez (PRSD) y Sabag (DC)—, además de todos los de la Alianza. Pero los senadores Ávila (ex PPD) y Navarro (PS) se restaron del acuerdo, y el segundo protagonizó un ácido debate con su correligionario Naranjo. La proximidad de Navarro con Chávez se ha hecho patente en diversas oportunidades, la más notoria de las cuales fue su visita a la VIII Región, que representa, en compañía de la embajadora venezolana, María de Lourdes Urbaneja, en el curso de la cual —según versiones de prensa no desmentidas— se distribuyó un millón de dólares en frazadas y remedios. Y en un programa de televisión, el pasado martes 21, fue explícito: “Hemos recibido ayuda para mi región, para los damnificados, para los inundados, con rapidez y eficiencia. Como este tipo de ayuda está en la Constitución Bolivariana de Venezuela (artículo 152), esperamos que no sea la última vez que Venezuela y el Presidente Chávez tengan mucha integración con Chile”. Precisó haber pedido esa ayuda “a través del Vicepresidente Rangel, casado con chilena y gran amigo del PS”, y añadió: “Lo vamos a hacer cada vez que podamos, porque la integración latinoamericana es parte del proyecto bolivariano”.

Navarro alcanza altos niveles de popularidad en dicha región, y en algún momento pareció tener ambiciones presidenciales. Ha tendido lazos hacia el comunismo y el resto de la izquierda extraparlamentaria, donde es bien mirado, lo cual lo puso en pugna con el presidente de su colectividad, el senador Escalona, cuyo compromiso con las aspiraciones presidenciales de José Miguel Insulza es conocido. Pero, algo después, Navarro anunció que no aspira a ser candidato en 2009.

Dado que ha quedado en evidencia en Argentina la internación clandestina de una maleta llena de dólares en una aeronave venezolana, preocupa la posibilidad de que a la injerencia política abierta de Chávez se sume también una económica —significativa a la hora de influir en la voluntad popular—, en pro de replicar acá el poco democrático modelo de socialismo bolivariano.

domingo, 12 de agosto de 2007

Columna de Carlos Peña en El Mercurio

Hola,

reproduzco la columna de Carlos Peña sobre el sueldo ético que apareció hoy en El Mercurio. Me parece interesante que se devuelva el eje de la discusión a un asunto más amplio que el puramente económico. Pueden ver la columna en EMOL aquí.

Política y economía

Carlos Peña
(El Mercurio, Reportajes, 12.08.07)

Las palabras de Goic no son un llamado ni a la caridad ni al paternalismo. Si fueran eso, serían una banalidad. En cambio, son un llamado a la reflexión pública allí donde, por razones de diversa índole, hemos concedido la primera y la última palabra a la economía.

Alejandro Goic -a su manera, y con ese gesto suyo que uno no sabe si es desilusión, hastío, cansancio o todas esas cosas juntas- puso de manifiesto un viejo problema que en Chile hemos olvidado: el de los límites del discurso económico.

Hoy la economía, en especial la neoclásica (esa que piensa cualquier aspecto de la conducta humana en términos de utilidad marginal, incentivos y precios) se ha erigido en la reina del espacio público. Tratamos a los economistas como si tuvieran línea directa con la realidad y les asignamos, sin más, el derecho a determinar los límites de lo posible.

Y los que se oponen se convierten en réprobos e ignorantes.

Si en el siglo XIII la teología era la madre de las ciencias; hoy día es la economía. Si hace siglos los que tenían línea directa con la realidad eran los teólogos de París; hoy lo son quienes se educaron en Harvard o en Chicago. Si el gurú hace siglos era Santo Tomás, hoy día es Smith o Marshall.

No tiene nada de raro entonces que las palabras de Alejandro Goic hayan desatado polémica y que una senadora -demasiado entusiasta con su propio saber- haya decretado que el obispo era un ignorante que no sabía lo que decía.

Pero Goic ha dicho algo sensato. Ni ha pedido limosna, ni ha solicitado que los más ricos den lo que les sobra, ni ha repetido las encíclicas del diecinueve. Eso sería una banalidad más.

Él ha exigido que pongamos algo de reflexión allí donde, hasta ahora, hemos concedido la última palabra al discurso económico. Él no ha pretendido señalar cómo se fijan los precios en un mercado autorregulado (todos lo sabemos); él nos ha invitado a discutir si acaso el resultado que ese mecanismo arroja hoy en Chile está a la altura de los compromisos que tenemos hacia quienes forman parte de nuestra comunidad política.

A su manera, Goic nos ha desafiado a pensar si acaso la facticidad, los simples hechos, tienen la última palabra a la hora de decidir cómo vivimos y cómo nos tratamos unos a otros o, si, en cambio, nuestra opinión razonada tiene algo que decir en todo esto. Él no se ha preguntado cómo se fija el precio del trabajo; sino cuál es el precio razonable si es que, como decimos, los más pobres importan. Nos ha invitado a preguntarnos si la pobreza -la de veras, ésa que subsiste con el mínimo- es una fatalidad o no.

Una economía de mercado debe abarcar todos los elementos que forman parte del proceso productivo, incluida la tierra y la mano de obra. Pero ocurre -y este es el punto del sacerdote- que la tierra y la mano de obra son los seres humanos mismos; o sea, la sociedad y su ambiente natural. ¿Es razonable entonces que los seres humanos nos tratemos unos a otros de esa manera y sin agregar ninguna otra consideración? Es el antiguo asunto de la Iglesia Católica y, dicho sea de paso, de Marx: el trabajo no puede ser en la hora undécima una simple mercancía, porque entonces los seres humanos se despojan de toda dignidad y se convierten en cosas.

La situación de hoy no es muy distinta entonces de la que se produjo en el siglo XVIII cuando se aprobó en Inglaterra la ley de Speenhamland que otorgó subsidios a los trabajadores cuyo salario, fijado por el mercado, estaba por debajo de sus necesidades. Esas leyes -conocidas en la literatura como leyes de pobres- fueron objeto de la crítica de la economía clásica de la época. Smith señaló que esas leyes restaban movilidad y retrasaban el progreso; Malthus señaló que incrementaban la población y estimulaban la indolencia y la flojera; Ricardo dijo que ese tipo de leyes empeoraban la situación de los ricos y de los pobres a tal extremo que los "amigos de los pobres" deberían estar interesados en abolirlas.

Son los mismos argumentos de entonces repetidos hasta el hartazgo hoy día en materia de impuestos, previsión y demases.

Pero el problema fundamental subsiste y es el mismo que mencionó Goic. Sabemos cómo funcionan el mercado y los precios; pero no sabemos, y debemos reflexionar, si esa es una manera razonable de tratarnos unos a otros. Sabemos cómo funciona el mercado, el problema es si la política democrática tiene algo que decir frente a él fuera de reunir los votos necesarios para que los policy makers hagan lo suyo.

El asunto no es puramente conceptual ni queda resuelto por la simple vía de adherir, sin ninguna reflexión, a las palabras del obispo.

El asunto de fondo es cuáles son los límites del discurso técnico en una comunidad que quiere gobernarse a sí misma mediante la democracia. Por supuesto, no se trata de incurrir en la irresponsabilidad de desproveer a la técnica de su importante papel en el diseño de las políticas; pero se trata de hacer un lugar a la deliberación democrática a la hora de decidir cómo vamos a tratar a nuestros semejantes.

Se trata de saber, en suma, si a la hora de la política democrática nos consideraremos responsables unos de otros o si, en cambio, esgrimiendo manuales de economía, los opus, los legionarios, los beatos, los descreídos, los salvos y los condenados, vamos a encogernos de hombros y preguntar ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?

sábado, 11 de agosto de 2007

Meet Barack Obama

El material en Youtube es realmente impresionante, tanto por su contenido como por el uso de esta herramienta para llegar a los electores. Noten como Obama comienza y termina este spot con el concepto de unidad, y todo está cruzado por el concepto de esperanza. Considerando tanto las fortalezas de Obama como las críticas que se le han hecho, ¿estará logrando conexión con el electorado? ¿será esto también lo que el electorado chileno espera?

jueves, 9 de agosto de 2007

La UC preocupada de la Pobreza

Siempre me llega el newsletter de la Universidad, Visión Universitaria. Pero pocas veces he encontrado artículos que me llamen la atención (más allá de algún profesor que inventó una uva fosforescente o cosas por el estilo). Les dejo acá el link para que lo puedan ver.http://www.uc.cl/visionuniversitaria/paginasgrandes/pobreza.html

Es la opinión de tres profesores (Arístides Torche, experto en Economía y Pobreza, Claudio Seebach (a él ya lo conocen) y Jimena Lópes de Mérida, Ingeniera agrónoma), acerca de su diagnóstico del problema de la pobreza. Fíjense en la última pregunta, al respecto de qué debería hacer la UC para contribuir a la superación de la pobreza. Si bien no hay nada muy novedoso, me gusta que el tema de la responsabilidad social universitaria empiece a aparecer en los medios de comunicación de la UC.

viernes, 3 de agosto de 2007

OBAMA UNPLUGGED


Algunas críticas que se la han hecho a Obama en EE.UU. Interesante para mirar con más perspectiva la campaña de uno de los íconos de la Política 2.0.


Presentado como el futuro primer Presidente negro de EEUU, su imagen no ha logrado trascender el marketing político. Algunos ven al candidato presidencial demócrata como el salvador de la política estadounidense. Pero una visita a un acto de campaña nos devuelve a la realidad: el senador por Illinois no corresponde aún al mito que buscan crear sus asesores.



Comencemos por el final: es el 18 de julio y Barack Obama acaba de pronunciar un discurso ante unos 200 residentes del empobrecido vecindario de Anacostia en Washington DC. El discurso cubrió principios básicos y giró en torno de la pobreza y la riqueza. Obama ha dicho todo lo que necesita decir un candidato que quiere ganar el voto de los pobres, entregando una robusta dosis de aquello que los especialistas en campañas llaman “alimento para el alma”.
Pero el aplauso final es miserable: comienza en la primera fila, donde se sientan los dignatarios locales; se arrastra hacia los jóvenes apáticos de las filas cuatro y cinco; se esfuerza por llegar hasta la fila 14, al fondo de la sala. El hombre en el podio, que fue presentado como el “próximo Presidente de Estados Unidos”, se marcha rodeado de silencio. Sus pisadas resuenan en el piso de madera.
La audiencia congregada en la pequeña sala de conferencias del centro municipal de educación, arte y cultura, a menos de 15 kilómetros de la Casa Blanca, no fue despiadada en su reacción: sólo fue honesta.
El senador por Illinois claramente no es el producto que se quiere vender. En un principio se le describía como una estrella afroamericana ascendente. Eso era en tiempos de modestia. Después, la gente del marketing político se hizo cargo y se empezó a hablar de él como del nuevo Kennedy, el nuevo Martin Luther King Jr., el primer Presidente negro.
Desde entonces, su equipo de campaña se ha esmerado en justificar esas etiquetas. Le escriben discursos ingeniosos. Llevan carteles a los actos. Tratan de sembrar aplausos. Cualquiera que compre una camiseta, una gorra de béisbol o un adhesivo de Obama por Internet, queda registrado como donante.
Una “revolución desde las raíces” se está gestando... o eso es lo que se murmura. En televisión el guión del “Obama Presidente” se desarrolla sin fallas. Sus largos brazos fueron hechos para abrazar personas y estrechar manos y su rostro luce radiante. Todo ello le hace ver tan carismático en una breve nota de prensa, que la comparación con Kennedy parece a lo menos permisible.

CANDIDATO CÓMODO
Pero la imagen no llega muy lejos. La audiencia de Anacostia lo sabe bien: han experimentado el “Obama unplugged”. Abrumado por las expectativas, Obama les habla acartonadamente. Su brazo cuelga inerte a lo largo de su discurso. En el sentido estricto de la palabra, no está en realidad haciendo un discurso, sino leyendo literalmente un texto. Con frecuencia empieza las frases diciendo “cuando yo sea Presidente”. El joven senador preferiría no responder preguntas. Para eso está su sitio web y no se cansa de deletrear la dirección.
La voz de Obama es viril y firme, a menudo demasiado alta. Quiere obviamente transmitir un aura de liderazgo y es por eso que aumenta tanto el nivel de decibeles. Pero la sustancia de lo que está diciendo no es particularmente provocativa para la audiencia en el centro comunitario, aunque es muy atractiva.
En esta temprana mañana en la campaña electoral estadounidense, Obama es el candidato cómodo. Dice un montón de cosas correctas. Es difícil no asentir con aprobación. El futuro de un niño no debiera decidirse antes de que el niño haya dado sus primeros pasos. Por cierto. Nadie puede aprender debidamente si las escuelas no ofrecen “los libros adecuados o los mejores maestros”. Bravo. No es de extrañar que los jóvenes desempleados se integren a pandillas si no hay trabajo para ellos y “el empresario más exitoso en vuestra vecindad es un traficante de drogas”. ¡Yeah!

MANZANAS Y NARANJAS
Y Obama hace exactamente lo que más les gusta hacer a los populistas: compara manzanas y naranjas. Un proyecto infantil en Harlem, que él quisiera ver extenderse a través de Estados Unidos, cuesta 46 millones de dólares al año: el dinero que se gasta en sólo una mañana en la guerra de Irak, dice. Vamos a invertir mejor el dinero, le propone a su audiencia.
El aplauso habla por la efectividad de este tipo de comparaciones. Pero también habla en contra del candidato.
Comprar juguetes en lugar de armas es la manera más segura de que EEUU pierda su estatus como super-potencia. El conflicto con un Islam agresivo no se ganará de esta manera. Naturalmente Obama sabe esto, y es la razón por la que escribe en un artículo en “Foreign Affaire” que en su opinión los militares estadounidenses necesitan urgentemente ser “revitalizados”. Eso significa más dinero, más soldados y más fuerzas terrestres: él sugiere un aumento de cerca de 100 mil efectivos. “Un fuerte poder militar es, más que ninguna otra cosa, necesario para mantener la paz”, escribe.
Pero “Foreign Affaire” difícilmente es lectura diaria en los vecindarios más pobres de EEUU. La falta de educación que lamenta el Obama especialista en política social brinda valiosos servicios al Obama experto en política exterior.

“GOBIERNO GRANDE”
El candidato procede sobre la base de que nadie en la audiencia es capaz de aritméticas mentales. Después de todo, si su discurso se convierte mañana en política gubernamental, el nuevo Presidente tendría que ir derecho al Fondo Monetario Internacional, al día siguiente, a pedir un préstamo.
Obama está postulando lo que los republicanos llaman “Gobierno grande”, un Estado gastador. Promete medicina socializada sin decir cómo la financiará. Quiere fundar un banco nacional para los pobres, basado en el concepto del Banco Mundial; quiere entregar dinero a los centros extra-escolares y transformar el salario mínimo en un verdadero sueldo vital que aumentaría automáticamente según la inflación.
Italia tuvo esta “escala móvil” durante décadas. Demostró ser un programa ideal para devaluar la moneda, que es la razón por la que los italianos fueron tan poco sentimentales al dejar la lira por el euro.
Barack Obama es un candidato que conoce y se dirige a las zonas cómodas de cualquier audiencia. Habla de liderazgo pero abomina que lo sigan. Quiere ser moderno pero mucho de lo que dice suena altamente anticuado. Sus argumentos de venta para el sudeste de Washington se derivan exclusivamente del tesoro escondido de los liberales de la vieja escuela. Sus ideas sobre el Estado de bienestar se remontan a Martin Luther King Jr., como lo admite abiertamente. “Si podemos hallar el dinero para poner a un hombre en la Luna, entonces podemos hallar el dinero para poner a un hombre de pie”, dice, citando al líder de los derechos civiles. Ello puede sonar bien, pero sobre todo suena ingenuo.

PROGRAMA CARO
Cualquiera con cierta sensatez sabe de antemano quién terminará pagando por estas opciones: la clase media. Por eso es que el programa de Obama no es sólo caro sino también demencial. La clase baja en Estados Unidos es masiva: 40 millones de personas viven bajo la línea de pobreza. Pero no es lo bastante grande como para ofrecer la base para una victoria electoral. Los pobres tienden menos a votar que el promedio y no puede darse por sentado que los pobres votarán automáticamente por la izquierda. De hecho, muchos viven en la izquierda pero votan por la derecha.
Por esto fue que Bill Clinton apeló tan hábilmente en sus campañas a las “olvidadas clases medias”. Y que Gerhard Schröder tuvo éxito en Alemania al convocar a la “nueva clase media” en 1998. Pero Barack Obama está pescando en un estanque mucho más chico.
Pero ¿debieran tomarse en serio los discursos de campaña? Probablemente no, dicen aquellos que saben. El ex Presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, un gran Mandatario en tiempos de guerra y un apasionado de las campañas, sentía que era irrazonable pedirle que se atuviera a sus promesas de campaña: les decía a sus críticos que los discursos de campaña eran simples carteles, y no grabados.

© Der Spiegel
The New York Times Syndicate

jueves, 2 de agosto de 2007

"Esta campaña no puede ser sobre mi, sino sobre nosotros y lo que podemos hacer juntos" (Discurso de lanzamiento de campaña de Barack Obama)

Disculpen que no esté en castellano, pero sólo lo he encontrado en inglés. De todas formas representa un sincretismo de los valores tradicionales de la política norteamericana junto a una visión renovada al futuro, muy en la línea del "meta-relato" del que le gusta tanto hablar a CB.

Springfield, IL | February 10, 2007

Let me begin by saying thanks to all you who've traveled, from far and wide, to brave the cold today.

We all made this journey for a reason. It's humbling, but in my heart I know you didn't come here just for me, you came here because you believe in what this country can be. In the face of war, you believe there can be peace. In the face of despair, you believe there can be hope. In the face of a politics that's shut you out, that's told you to settle, that's divided us for too long, you believe we can be one people, reaching for what's possible, building that more perfect union.

That's the journey we're on today. But let me tell you how I came to be here. As most of you know, I am not a native of this great state. I moved to Illinois over two decades ago. I was a young man then, just a year out of college; I knew no one in Chicago, was without money or family connections. But a group of churches had offered me a job as a community organizer for $13,000 a year. And I accepted the job, sight unseen, motivated then by a single, simple, powerful idea - that I might play a small part in building a better America.

My work took me to some of Chicago's poorest neighborhoods. I joined with pastors and lay-people to deal with communities that had been ravaged by plant closings. I saw that the problems people faced weren't simply local in nature - that the decision to close a steel mill was made by distant executives; that the lack of textbooks and computers in schools could be traced to the skewed priorities of politicians a thousand miles away; and that when a child turns to violence, there's a hole in his heart no government alone can fill.

It was in these neighborhoods that I received the best education I ever had, and where I learned the true meaning of my Christian faith.

After three years of this work, I went to law school, because I wanted to understand how the law should work for those in need. I became a civil rights lawyer, and taught constitutional law, and after a time, I came to understand that our cherished rights of liberty and equality depend on the active participation of an awakened electorate. It was with these ideas in mind that I arrived in this capital city as a state Senator.

It was here, in Springfield, where I saw all that is America converge - farmers and teachers, businessmen and laborers, all of them with a story to tell, all of them seeking a seat at the table, all of them clamoring to be heard. I made lasting friendships here - friends that I see in the audience today.

It was here we learned to disagree without being disagreeable - that it's possible to compromise so long as you know those principles that can never be compromised; and that so long as we're willing to listen to each other, we can assume the best in people instead of the worst.

That's why we were able to reform a death penalty system that was broken. That's why we were able to give health insurance to children in need. That's why we made the tax system more fair and just for working families, and that's why we passed ethics reforms that the cynics said could never, ever be passed.

It was here, in Springfield, where North, South, East and West come together that I was reminded of the essential decency of the American people - where I came to believe that through this decency, we can build a more hopeful America.

And that is why, in the shadow of the Old State Capitol, where Lincoln once called on a divided house to stand together, where common hopes and common dreams still, I stand before you today to announce my candidacy for President of the United States.

I recognize there is a certain presumptuousness - a certain audacity - to this announcement. I know I haven't spent a lot of time learning the ways of Washington. But I've been there long enough to know that the ways of Washington must change.

The genius of our founders is that they designed a system of government that can be changed. And we should take heart, because we've changed this country before. In the face of tyranny, a band of patriots brought an Empire to its knees. In the face of secession, we unified a nation and set the captives free. In the face of Depression, we put people back to work and lifted millions out of poverty. We welcomed immigrants to our shores, we opened railroads to the west, we landed a man on the moon, and we heard a King's call to let justice roll down like water, and righteousness like a mighty stream.

Each and every time, a new generation has risen up and done what's needed to be done. Today we are called once more - and it is time for our generation to answer that call.

For that is our unyielding faith - that in the face of impossible odds, people who love their country can change it.

That's what Abraham Lincoln understood. He had his doubts. He had his defeats. He had his setbacks. But through his will and his words, he moved a nation and helped free a people. It is because of the millions who rallied to his cause that we are no longer divided, North and South, slave and free. It is because men and women of every race, from every walk of life, continued to march for freedom long after Lincoln was laid to rest, that today we have the chance to face the challenges of this millennium together, as one people - as Americans.

All of us know what those challenges are today - a war with no end, a dependence on oil that threatens our future, schools where too many children aren't learning, and families struggling paycheck to paycheck despite working as hard as they can. We know the challenges. We've heard them. We've talked about them for years.

What's stopped us from meeting these challenges is not the absence of sound policies and sensible plans. What's stopped us is the failure of leadership, the smallness of our politics - the ease with which we're distracted by the petty and trivial, our chronic avoidance of tough decisions, our preference for scoring cheap political points instead of rolling up our sleeves and building a working consensus to tackle big problems.

For the last six years we've been told that our mounting debts don't matter, we've been told that the anxiety Americans feel about rising health care costs and stagnant wages are an illusion, we've been told that climate change is a hoax, and that tough talk and an ill-conceived war can replace diplomacy, and strategy, and foresight. And when all else fails, when Katrina happens, or the death toll in Iraq mounts, we've been told that our crises are somebody else's fault. We're distracted from our real failures, and told to blame the other party, or gay people, or immigrants.

And as people have looked away in disillusionment and frustration, we know what's filled the void. The cynics, and the lobbyists, and the special interests who've turned our government into a game only they can afford to play. They write the checks and you get stuck with the bills, they get the access while you get to write a letter, they think they own this government, but we're here today to take it back. The time for that politics is over. It's time to turn the page.

We've made some progress already. I was proud to help lead the fight in Congress that led to the most sweeping ethics reform since Watergate.

But Washington has a long way to go. And it won't be easy. That's why we'll have to set priorities. We'll have to make hard choices. And although government will play a crucial role in bringing about the changes we need, more money and programs alone will not get us where we need to go. Each of us, in our own lives, will have to accept responsibility - for instilling an ethic of achievement in our children, for adapting to a more competitive economy, for strengthening our communities, and sharing some measure of sacrifice. So let us begin. Let us begin this hard work together. Let us transform this nation.

Let us be the generation that reshapes our economy to compete in the digital age. Let's set high standards for our schools and give them the resources they need to succeed. Let's recruit a new army of teachers, and give them better pay and more support in exchange for more accountability. Let's make college more affordable, and let's invest in scientific research, and let's lay down broadband lines through the heart of inner cities and rural towns all across America.

And as our economy changes, let's be the generation that ensures our nation's workers are sharing in our prosperity. Let's protect the hard-earned benefits their companies have promised. Let's make it possible for hardworking Americans to save for retirement. And let's allow our unions and their organizers to lift up this country's middle-class again.

Let's be the generation that ends poverty in America. Every single person willing to work should be able to get job training that leads to a job, and earn a living wage that can pay the bills, and afford child care so their kids have a safe place to go when they work. Let's do this.

Let's be the generation that finally tackles our health care crisis. We can control costs by focusing on prevention, by providing better treatment to the chronically ill, and using technology to cut the bureaucracy. Let's be the generation that says right here, right now, that we will have universal health care in America by the end of the next president's first term.

Let's be the generation that finally frees America from the tyranny of oil. We can harness homegrown, alternative fuels like ethanol and spur the production of more fuel-efficient cars. We can set up a system for capping greenhouse gases. We can turn this crisis of global warming into a moment of opportunity for innovation, and job creation, and an incentive for businesses that will serve as a model for the world. Let's be the generation that makes future generations proud of what we did here.

Most of all, let's be the generation that never forgets what happened on that September day and confront the terrorists with everything we've got. Politics doesn't have to divide us on this anymore - we can work together to keep our country safe. I've worked with Republican Senator Dick Lugar to pass a law that will secure and destroy some of the world's deadliest, unguarded weapons. We can work together to track terrorists down with a stronger military, we can tighten the net around their finances, and we can improve our intelligence capabilities. But let us also understand that ultimate victory against our enemies will come only by rebuilding our alliances and exporting those ideals that bring hope and opportunity to millions around the globe.

But all of this cannot come to pass until we bring an end to this war in Iraq. Most of you know I opposed this war from the start. I thought it was a tragic mistake. Today we grieve for the families who have lost loved ones, the hearts that have been broken, and the young lives that could have been. America, it's time to start bringing our troops home. It's time to admit that no amount of American lives can resolve the political disagreement that lies at the heart of someone else's civil war. That's why I have a plan that will bring our combat troops home by March of 2008. Letting the Iraqis know that we will not be there forever is our last, best hope to pressure the Sunni and Shia to come to the table and find peace.

Finally, there is one other thing that is not too late to get right about this war - and that is the homecoming of the men and women - our veterans - who have sacrificed the most. Let us honor their valor by providing the care they need and rebuilding the military they love. Let us be the generation that begins this work.

I know there are those who don't believe we can do all these things. I understand the skepticism. After all, every four years, candidates from both parties make similar promises, and I expect this year will be no different. All of us running for president will travel around the country offering ten-point plans and making grand speeches; all of us will trumpet those qualities we believe make us uniquely qualified to lead the country. But too many times, after the election is over, and the confetti is swept away, all those promises fade from memory, and the lobbyists and the special interests move in, and people turn away, disappointed as before, left to struggle on their own.

That is why this campaign can't only be about me. It must be about us - it must be about what we can do together. This campaign must be the occasion, the vehicle, of your hopes, and your dreams. It will take your time, your energy, and your advice - to push us forward when we're doing right, and to let us know when we're not. This campaign has to be about reclaiming the meaning of citizenship, restoring our sense of common purpose, and realizing that few obstacles can withstand the power of millions of voices calling for change.

By ourselves, this change will not happen. Divided, we are bound to fail.

But the life of a tall, gangly, self-made Springfield lawyer tells us that a different future is possible.

He tells us that there is power in words.

He tells us that there is power in conviction.

That beneath all the differences of race and region, faith and station, we are one people.

He tells us that there is power in hope.

As Lincoln organized the forces arrayed against slavery, he was heard to say: "Of strange, discordant, and even hostile elements, we gathered from the four winds, and formed and fought to battle through."

That is our purpose here today.

That's why I'm in this race.

Not just to hold an office, but to gather with you to transform a nation.

I want to win that next battle - for justice and opportunity.

I want to win that next battle - for better schools, and better jobs, and health care for all.

I want us to take up the unfinished business of perfecting our union, and building a better America.

And if you will join me in this improbable quest, if you feel destiny calling, and see as I see, a future of endless possibility stretching before us; if you sense, as I sense, that the time is now to shake off our slumber, and slough off our fear, and make good on the debt we owe past and future generations, then I'm ready to take up the cause, and march with you, and work with you. Together, starting today, let us finish the work that needs to be done, and usher in a new birth of freedom on this Earth.

miércoles, 1 de agosto de 2007

¿Seremos capaces de cambiar la actitud? (Miguel Luis Amunátegui en editorial de El Mercurio, 31 de julio)

No es compatible con la democracia, el buen gobierno y los intereses de largo plazo del país este cuadro de intransigencia política. No lo es tampoco la creencia de que la regla mayoritaria permite imponer lo que se ofrezca, con el carácter de señores y dueños. Tampoco lo son, en el caso TVN, las poco sensatas declaraciones de su presidente, seguidas del intento gubernamental de nombrar, en su Consejo, a un proselitista que buscara, al parecer, alterar una independencia y pluralismo que desagradan en Palacio. Más grave aún ha sido el caso de la ministra de Educación, tratándose de una materia de la más alta trascendencia nacional, destinada a determinar por los próximos 50 a 100 años la calidad de la educación de todos los niños de Chile, y el futuro del propio país. Alejándose de nuestra más que centenaria tradición de reflexión y análisis en la materia, precipitó una votación en la Comisión de Educación del Senado para aprobar, por un voto, la idea de legislar un proyecto de sustitución de la LOCE, del que el Instituto de Chile advierte que no permite comprender su sentido, la concepción que lo anima ni la significación de sus conceptos capitales; menos aún que su presencia y la de sus academias se borre de una plumada.

En este sentido es decidora la pugna que se ha dado entre los ministros Viera-Gallo y Velasco; el primero, en la sana doctrina democrática, de que en cuestiones institucionales de la naturaleza de las mencionadas deben existir entendimientos entre la mayoría y la minoría, y el segundo, que opta, hasta el fracaso, por "poner en orden" las filas para imponer la mayoría. Es que algunos parecieran creer que en la democracia no manda otro elemento que la mayoría. Pero eso no es gobernar. Sólo es ejercer una cruda subcultura de operadores del poder.

Con Locke, el principio mayoritario se constitucionaliza, disciplina y controla; con Jefferson, entenderíamos que esa voluntad obligatoria, para ser justa, debe ser razonable; con Sartori, que ésta no sólo se vincula a la racionalidad, como se comprueba desde el medievo, en que la noción de la mayor pars se vinculó por siglos a la melior, sanior y valentior pars, y aun con Rousseau, que la propia noción de voluntad general es también cualitativa; vincula taxativamente la voluntad general a la condición de ser general, en esencia y en su objetivo. Así, el mero principio mayoritario, sin estas calificaciones, no es más que un mal menor; un instrumento al que nos sometemos porque es mejor que la fuerza o la decisión del déspota. Pero el número no hace la razón.

Vale aquí recordar que en 1988, cuando RN propuso específicas modificaciones a la Constitución, para democratizarla y hacerla más compatible con las opiniones de la oposición al régimen, todos entendieron que se obedecía a la idea de una democracia consociativa en la que, en materias de trascendencia institucional, la mayoría debía encontrar acuerdos con la minoría. Frutos de tal predicamento fueron la conformación de la Comisión Técnica RN-Concertación que dio lugar a la primera e importante reforma constitucional y, también, la leal colaboración de RN prestada al gobierno de Patricio Aylwin, para una exitosa transición. Eso es propio de una democracia culta, pero, lamentablemente, no parece ser ésta la disposición del Gobierno actual.

¿Seremos capaces de cambiar la actitud?

MIGUEL LUIS AMUNÁTEGUI M.
Decano, Facultad de Ciencias Jurídicas
Universidad Andrés Bello

lunes, 30 de julio de 2007

DIVORCIO ALIANZA - CASEN (Álvaro Fischer en Editorial El Mercurio 9 Julio 2007)


La reacción que la Alianza ha tenido frente a los resultados de la última encuesta Casen —que en su punto medular indica que la pobreza ha disminuido de 18,7% a 13,7% entre 2003 y 2006— parece políticamente autoflagelante e intelectualmente contradictoria. En vez de mostrarse satisfecha de que su receta para disminuir la pobreza —crecimiento económico y aumento del empleo— está dando resultados, ha cuestionado la metodología, los números involucrados y las conclusiones de la encuesta.
La encuesta Casen se hace sobre la base de los ingresos autónomos de las personas, que involucran sólo una pequeña proporción de subsidios estatales redistributivos. Como la pobreza disminuye justamente entre los años 2003 y 2006, cuando el empleo y el crecimiento comienzan a crecer —y no lo hizo en el trienio anterior, cuando el crecimiento y el empleo eran más bajos—, entonces la conclusión natural es que son justamente el crecimiento económico y el empleo los factores principales que produjeron esa caída, mucho más que las políticas sociales del Gobierno. Es decir, los datos le están dando la razón a la doctrina aliancista que sostiene que como mejor se combate la pobreza es con crecimiento y empleo. Paradójicamente, en vez de estar contenta con los resultados de la Casen, la Alianza se ha dedicado a criticarla. En vez de decir “¿ven como tenía razón?”, la Alianza ahora afirma que “el crecimiento económico y del empleo no han dado resultados, la reducción de la pobreza no es tal, las cifras de Mideplan son sospechosas”.
Es cierto que las cifras pueden ser objeto de un escrutinio más cercano: los datos de la encuesta son luego cotejados con las cuentas nacionales para hacer que ambas sean coherentes, con una metodología no completamente transparente; las muestras de la encuesta 2003 y 2006 no se construyeron sobre las mismas bases, lo que podría subestimar la pobreza, y la pobreza sigue definiéndose de la misma manera a través de los años —el doble del valor del aporte alimenticio necesario por persona, según la OMS— y como ese monto ha bajado en términos reales, eso ha facilitado que la cantidad de pobres disminuya. Tampoco ayuda que la persona a cargo de las estadísticas en Mideplan haya renunciado luego que éstas se dieran a conocer, ni las dificultades que encuentran los investigadores para cotejar los datos de Mideplan.
Aun considerando lo anterior, el esfuerzo de la Alianza parece estar orientado a criticar al Gobierno más que a construir una plataforma intelectual propia. Pareciera que no tiene la convicción necesaria para afirmar lo que piensa. Es como si asumiera que los ciudadanos, para salir de la pobreza, creen que las políticas sociales son más efectivas que el crecimiento económico, y por eso no se atreve a explicitar con claridad y fuerza su postura diferente. De esa forma, ante los electores, está implícitamente aceptando el argumento de la Concertación. Eso construye un escenario político en el que la competencia se da por quien tiene mayor credibilidad en materia de políticas sociales, y en él lo más probable es que Alianza pierda reiteradamente, porque ese es el aspecto donde la Concertación tiene mejor establecida su marca.
Para ganar las elecciones se necesita establecer una narrativa que capture la imaginación de la ciudadanía. No es lo que ha hecho la Alianza. Por el contrario, más bien se ha focalizado en perfilar lo mal que lo hace la Concertación y lo bien que lo podría hacer ella, si alcanzara el poder. Eso genera la imagen de que no hay una gran diferencia en las ideas, y que tan sólo se trata de un problema de gestión. Esa estrategia tiene dos problemas: por una parte, descansa en lo que no controla —lo que haga la Concertación— y no en lo que sí controla, lo que ella haga, y, por otra, no permite identificar a la Alianza con un marco conceptual, con una idea de gobierno, con un proyecto de país que atraiga a los electores.
No resulta extraño, entonces, que la baja en la aprobación de la Concertación no se traduzca en un alza de la Alianza.
El divorcio que la Alianza ha establecido con la encuesta Casen muestra que su estrategia sigue estando mal estructurada. Se basa más en la crítica al adversario que en perfilar el centro de su pensamiento, una sociedad que privilegie la autonomía, la responsabilidad y la libertad individual. Hacerlo requiere de coraje y convicción intelectual, y no solamente de ansias de poder.

SEGÚN PASA EL TIEMPO (Carlos Peña, Reportajes El Mercurio 29 Julio 2007)


La Concertación de Partidos por la Democracia -inicialmente un puñado de señores más o menos modestos, vestidos con trajes café o gris y chaleco tejido a palillos, también café o gris, pero que, vaya paradoja, enarbolaron un arco iris- derrotó no sólo a la dictadura, lo que ya habría sido bastante para estar eternamente agradecido, sino que, como si eso fuera poco, desató un amplio proceso de modernización y logró construir una democracia que no es perfecta, pero, para qué estamos con cosas, tampoco está nada de mal.

Sin embargo, para nuestra desgracia, todo se va en la vida. Se va o perece. El agua, la sombra y el vaso. También la Concertación. Y es que nada está como entonces. Ni el otoño, ni nosotros.

La mejora en la vida material de los chilenos -un proceso que se aceleró en estos últimos veinte años- acarreó transformaciones culturales que hoy día se expresan en la política.

Amplios sectores proletarios dieron paso a mayorías aspiracionales que disfrutan la farándula, compran en los malls, invierten casi un tercio de su renta en la educación de sus hijos, tienen una vida más autónoma que ayer y ya no comulgan con ruedas de carreta. Los sosegados sectores medios, acostumbrados a la actitud imitativa, asumen, por su parte, su identidad sin ninguna culpa.

Las élites, incluidas las de la Concertación, que antes manejaban a las mayorías y las audiencias con el dedo meñique, sustituyeron los ternos café y el chaleco a palillos por trajes a la medida, pero también se debilitaron. El prestigio principió a redistribuirse y, gracias al mercado, todo amenaza ahora con desvanecerse en el aire.

En medio de ese panorama es natural que la Concertación haya envejecido. En esto hace falta Clodomiro Almeyda, uno de sus fundadores, quien podría haber recordado a Marx: los cambios materiales y las transformaciones simbólicas van por delante de las transformaciones políticas y por eso, tarde o temprano, nos guste o no, las coaliciones se desvencijan, los programas caen en desuso y los dirigentes se ponen viejos y de mal humor. Y quienes no gustan de Marx, o se asusten con él, podrían releer a Polibio: la fortuna siempre se burla de nuestros cálculos y tarde o temprano nos recuerda que el poder está de préstamo.

En esto, claro está, no hay nada de qué quejarse. Sólo quienes no se han curado de la ilusión de la eternidad -o sea, los niños- podrían entristecerse, o ponerse iracundos.

¿Significa eso que es la hora de la derecha y que, en vez de hacerse del poder a las patadas y por manu militari, como ocurrió en 1973, podrá hacerlo ahora mediante los votos?

Nada de eso. Si la Concertación ha envejecido y si sus programas se pusieron más o menos obsoletos, a la derecha le ha ocurrido algo peor. No ha envejecido ni nada. Está igual que hace cosa de veinte años: una verdadera momia. La misma ambigüedad frente a la dictadura, los mismos prejuicios en la esfera moral, iguales rastros del hispanismo, los temores repetidos frente a la modernidad, las citas a Hayek oídas una y otra vez, la misma incapacidad para pronunciarse frente a su dilema fundamental: ¿vale la pena la modernización al costo de sacrificar los derechos humanos? Mientras esa pregunta no tenga respuesta y no se saquen las conclusiones del caso, la derecha que alguna vez prometió -Allamand y Espina- seguirá siendo una generación perdida.

La Concertación, en cambio, todavía tiene la oportunidad de salvarse a sí misma. Para eso basta que sea capaz de mirar su propio éxito sin culpa.

La expansión del consumo no como pecado o enajenación, sino como autonomía; las protestas estudiantiles no como fracaso, sino como la consecuencia de haber derrotado la exclusión de la escuela; la internacionalización no como pérdida de identidad, sino como un motivo para afianzarla; la transformación de la afectividad no como simple apertura, sino como una ocasión para fortalecer una vida familiar más plural y más diversa; la farándula no como simple ordinariez, sino también como una muestra de cuánto se han liberalizado las costumbres; y el malestar de hoy como una prueba de que quienes antes se resignaban a lo que decidieran las élites, son hoy día individuos que reclaman su lugar y su sitio en la comunidad que hemos construido.

En una palabra, envejecer es inevitable; pero hay formas dignas y otras indignas de hacerlo. Eso es lo esencial. Se puede andar por la vida murmurando recuerdos, tejiendo nostalgias y haciendo episodios de ira, o, en cambio, mirando los desplantes, las faltas de respeto y las altanerías de los nietos con orgullo.

viernes, 27 de julio de 2007

LA REVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS 2.0


(Hernán Larraín Jr. & Luis Argandoña)


La actual campaña presidencial norteamericana puede convertirse en un paradigma mediático-electoral: como nunca los candidatos se han volcado a internet. Hillary, Obama y John Edwards desfilan por YouTube. A Chile, la tendencia debería llegar en los próximos comicios.


Despierten, la carrera ya partió. Faltan más de dos años, pero ya vimos a Piñera disfrazado de buzo. Vimos a Lagos convertirse en Capitán Planeta. A Eduardo Frei estatizando el Transantiago y a Soledad Alvear reaccionando a la embestida. Insulza está acumulando millaje como nunca y Trivelli ya bajó a una mina de carbón. Están todos "disponibles" ¡Incluso uno ya se bajó: Longueira!

Tanta anticipación parece descabellada. Pero no lo es tanto. Hillary, Obama, McCain y los demás en EE.UU. montaron sus campañas hace rato y no se dan respiro en vista a noviembre de 2008. En Gran Bretaña ocurre algo similar con Cameron y Brown, y en España con Rajoy. Todos exhiben un nivel de gasto, movilización e innovación tecnológica inusitado para una campaña a tanta distancia de la elección.

Pero más allá del ruido, el frenesí y la irrupción de internet como una poderosa herramienta de campaña, se está haciendo evidente que la naturaleza misma de hacer campañas -y quizás de hacer política- está cambiando radicalmente.

La lógica de la "web 2.0" (o internet de segunda generación) está permeando silenciosamente la política. Esto significa que las personas ya no son receptores pasivos de mensajes, sino que tienen la posibilidad y las armas para involucrarse, participar e influir activamente.

Como dice Joe Trippi, uno de los expertos electorales más reputados en EE.UU., "El juego cambió de una manera que la elite necesita entender". Ya no se trata de lo que las campañas puedan hacerle a la gente. Sino de lo que las mismas personas, usando herramientas como los blogs, YouTube o los teléfonos celulares, pueden hacerles a las campañas.


Esa vieja campaña noventera…


Sin duda fueron una revolución en su momento. A principios de los '90 en EE.UU. y Europa, y a finales de esa década en Chile, las campañas se volvieron una enorme e interminable batalla publicitaria. Un espectáculo montado con saltimbanquis y batucadas, listo para ser consumido por el televidente. Nada demasiado diferente a la guerra de las teleseries. Aquí, la imagen era todo y la "marca" del presidenciable era el valor más preciado.

El candidato era el centro: Lavín vs. Lagos. En esta lógica, el votante es sólo un consumidor frente al más sofisticado de los productos. Lo principal es la apariencia, y por eso desembarcó un ejército de consultores, publicistas, diseñadores, media trainers, esteticistas, peluqueros y sastres. Se instaló la profesionalización hasta en los más mínimos detalles.

La información se volvió el arma de campaña clave. De ahí el ascenso de las encuestas como el oráculo de la opinión pública. Y, claro, sus resultados nos recordaron periódicamente que el cliente siempre tiene la razón.

En este estilo de campaña, los mensajes y cuñas se elaboran bajo un estricto control partidario. La comunicación es unidireccional: para maximizar la eficiencia en el uso de los recursos, los ciudadanos son tratados como una gran masa homogénea. Las clásicas y formateadas visitas a las ferias, un Lagos tomando a niños en sus brazos o un Lavín sacándose polaroid con los transeúntes, fueron ingeniosas maneras de simular un contacto personal real.


El nuevo paradigma: tú y yo conversamos


O como diría Barack Obama: "Esto se trata de ti, no de mí". La diferencia fundamental de la campaña 2.0 es que los candidatos se ven obligados a asumir -más allá del discurso- que los protagonistas son los electores, no ellos.

"Las campañas tradicionales, vía medios masivos, le entregan un mensaje claro a la gente: tu opinión no cuenta", señala Joe Trippi. Yo hablo, tú escuchas. La expectativa de hoy es por una conversación auténtica, directa, que sea relevante para quienes la escuchan. En palabras de Phillip Gould, uno de los estrategas más cercanos a Tony Blair, los ciudadanos parecen decir: "No voy a escuchar nada de lo que tengas que decir, a menos que te ganes el derecho a ser escuchado".

Y ganarse ese derecho significa, entre otras cosas, saber escuchar genuinamente. Es un giro radical desde el "full marketing" hacia la participación y la comunicación personalizada: cercana, espontánea, involucrada. No se lleva levantar la voz y callar activistas, ni hablar desde tu oficina en Washington, en la sede del partido o en el último piso de Sanhattan. Es necesario salir a buscar a las personas y aceptar la pérdida de una cuota significativa de control sobre el mensaje y la trayectoria de la campaña.

Se trata de un estilo de campaña que está en pleno desarrollo en los países desarrollados, sin alcanzar aún su total maduración, pero que de seguro para el 2009 habrá aterrizado en Chile.


Empoderados, desafectados y saturados


Esta mirada renovada probablemente les hará sentido a ciudadanos que, aunque más empoderados, se sienten muy lejanos a la política. Como suele ocurrir, la clase política chilena ha tenido dificultades para asumir o sintonizar con este malestar. Hace un buen rato que, según la encuesta del CEP, el partido con el que más se identifican los chilenos es "Ninguno".

A esta distancia y falta de confianza ha contribuido también la política como un espectáculo medial intensivo y maqueteado. El exceso de mensajes e información comoditizada está terminando por saturar y insensibilizar a las audiencias. Sólo entre 1997 y 2006, según un estudio de Conecta Media Research, la oferta de contenidos informativos en TV prácticamente se duplicó.

Frente a esta avalancha, el diagnóstico es claro: si quieres comunicarte con los electores, si quieres ganar una elección, vas a tener que inventar algo distinto.


Esta revolución no se verá por TV


Al menos como paradigma de comunicación con los electores, la edad de oro de la televisión masiva está en declinación, tal como lo diagnosticó Karl Rove, el principal asesor electoral de George W. Bush.

La TV sigue siendo crucial, pero nos estamos moviendo cada vez más desde los medios masivos al "personal media", a aquellos en los que es más factible generar un vínculo de confianza, y en los que la voz de los ciudadanos puede sentirse con más fuerza.

Es en esto, más que en sus aspectos funcionales, donde radica la potencialidad electoral de internet. Ciudadanos más empoderados y menos condescendientes frente al discurso político tradicional probablemente confiarán más en la opinión de sus pares que en un mensaje "desde arriba".

Uno de los principales focos de trabajo de los candidatos hoy en EE.UU. es interactuar y ampliar sus bases de apoyo desde plataformas como YouTube, MySpace o Facebook, sitios web que alojan comunidades sociales de gran volumen. El juego consiste en saltarse la mediación e ir directo al ciudadano, tratando de interpelarlo y hacerlo participar. Que envíe ideas, propuestas, demandas, críticas y, cómo no, dinero. Lo que sea, con tal de que se involucre y genere un vínculo con el candidato.

Hillary Clinton, por ejemplo, puso un video en YouTube en el que, parodiando el final de la popular serie Los Soprano, invitó a sus adherentes a elegir el himno para su candidatura.

La campaña 2.0 es de abajo hacia arriba, no al revés. Y no se trata sólo de diseminar información. Es Barack Obama levantando fondos con pequeños aportes desde su red de amigos en MySpace. Es John Edwards armando su programa sobre la base de conversaciones vía blog y YouTube. Es Hillary en una conferencia online abierta en su sitio web. Es David Cameron invitándote a conversar desde la cocina de su casa.

Y es sobre todo la creación de comunidades electorales donde son miles los voluntarios movilizando el mensaje de su candidato, creando videos que ridiculizan al rival, sumando activistas y construyendo sus propias redes de conversación y apoyo online.


Los viejos trucos no se olvidan


En todo caso, no hay que perderse. La campaña 2.0 no significa abandonar los medios tradicionales y los recursos clásicos. Después de todo, hay rivales a los que atacar, emplazar, ridiculizar y, principalmente, derrotar.

Para eso es crucial un equipo 100% profesional en una "sala de guerra" potente: con monitoreo 24 horas de los medios y del rival, velocidad de respuesta ante contingencias y ataques, disciplina en el mensaje de los voceros, integración horizontal, permanente indagación y generación de temas. Es lo que desde Bill Clinton -y su estratega estrella James Carville- se conoce como "campaña total".

La diferencia es que ahora se han abierto las paredes de esa "war room" y existen muchos más ojos y oídos atentos y dispuestos a involucrarse en la batalla.

Por lo mismo, los candidatos estarán mucho más expuestos, porque hasta en los recintos más privados siempre habrá alguien cerca para grabar errores desafortunados y gaffes.

Esto va a traer, según distintos analistas, una consecuencia inesperada: obligará a los presidenciables a ser mucho más auténticos."Antes de la televisión -dice Joe Trippi- lo que importaba era cómo sonaba tu voz. Luego, con la TV, lo que importa es cómo se ve tu candidato. Ahora nos estamos moviendo hacia un medio donde lo más importante es la autenticidad: desde 'cómo se ven las cosas', a 'cómo son en realidad'. Tienes que estar 'encendido' 24 horas al día, siete días a la semana…. Ya no vas a poder esconder quién eres".


¿Qué podemos esperar en Chile?


En nuestras campañas usualmente ha predominado el énfasis por el control del mensaje, la jerarquía y la unidireccionalidad. Es muy probable que a los candidatos más tradicionales les cueste mucho adaptarse a una lógica más horizontal y genuinamente interactiva.

Sin embargo en las próximas presidenciales con seguridad veremos intentos serios por hacer campañas de manera más participativa y personalizada. Intentos cuyo objetivo será movilizar e interconectar a las bases para que sean ellas mismas quienes hagan la campaña.

Esta ambición está lejos de ser una quimera, si se considera el silencioso pero sostenido crecimiento de la red en Chile: este año ya se superó el millón de bocas de banda ancha, los blogs nacionales muestran un alto nivel de organización y, además, Chile cuenta con la comunidad más numerosa en Fotolog.com, una red de bitácoras de fotos.

A todo eso se sumará el espectro completo de técnicas y estrategias propias de la campaña 2.0: sofisticado manejo de microtargeting y bases de datos, marketing viral usando videos hechos por los propios electores, redes de blogs y videologs de denuncias, mailing selectivo, social networking, coordinación de voluntarios vía mensajes de texto, bitácoras de campaña minuto a minuto, donaciones online, comandos en Second Life y en otras comunidades virtuales.

Pero más allá de las nuevas tácticas, lo central es entender que la "campaña 2.0" no se trata sólo de tecnología o de tener un video simpático en YouTube. Se trata de un cambio fundamental en el tono y el carácter de la conversación. Y probablemente aquel candidato o candidata que logre abrir esa conversación y establecer un vínculo directo con los electores tendrá una ventaja decisiva.

DISCURSO DE SARKOZY EN BERCY


«El pensamiento único, que es el pensamiento de quienes lo saben todo, de quienes se creen no sólo intelectualmente sino también moralmente por encima de los demás, ese pensamiento único había denegado a la política la capacidad para expresar una voluntad. Había condenado la política. Había profetizado su caída imparable frente a los mercados, las multinacionales, los sindicatos, Internet. Se sostenía que en el mundo tal cual es hoy, con sus informaciones que se difunde instantáneamente, sus capitales que se desplazan cada vez más rápido y sus fronteras ampliamente abiertas, la política ya no jugaría más que un papel anecdótico y que ya no podría expresar una voluntad, porque el poder pronto estaría compartido, diluido, disperso en red; porque las fronteras estarían totalmente abiertas y los hombres, los capitales y las mercancías circularían sin obedecer a nadie. Pero la política retorna. Retorna por todas partes en el mundo. La caída del Muro de Berlín pareció anunciar el fin de la Historia y la disolución de la política en el mercado. Dieciocho años después, todo el mundo sabe que la Historia no ha terminado, que siempre es trágica y que la política no puede desaparecer porque los hombres de hoy sienten una necesidad de política, un deseo de política como rara vez se había visto desde el fin de la segunda guerra mundial.


Necesidad de nación


La necesidad de política tiene por corolario la necesidad de nación. La nación también había sido condenada. Pero aquí está de nuevo, para responder a la necesidad de identidad frente a la mundialización, vivida como una empresa de uniformización y mercantilización del mundo en la que ya no quedaría lugar para la cultura y para los valores del espíritu. Quizá la inquietud es excesiva, pero es bien real y expresa una necesidad de identidad muy fuerte. Por todas partes la he encontrado en esta campaña; en todas partes me han hablado de ella gentes de toda condición. Pero la nación no es sólo la identidad. Es también la capacidad de estar juntos para protegerse y para actuar. Es el sentimiento de que no se está solo para afrontar un futuro angustioso y un mundo amenazante. Es el sentimiento de que, juntos, se es más fuerte, y podremos hacer frente a lo que, solos, no podríamos afrontar.
Yo he querido volver a poner la voluntad política y Francia en el corazón del debate político. La voluntad política y la nación están siempre para lo mejor y para lo peor. El pueblo que se moviliza, que se convierte en una fuerza colectiva, es una potencia temible que puede actuar tanto para lo mejor como para lo peor. Hagamos las cosas de manera que sea para lo mejor. Conjuraremos lo peor respetando a los franceses, manteniendo nuestros compromisos, respetando la palabra dada. Conjuraremos lo peor haciendo que la moral retorne a la política.


Contra los herederos de Mayo del 68


No me da miedo la palabra “moral”. Desde mayo de 1968 no se podía hablar de moral. Era una palabra que había desaparecido del vocabulario político. Hoy, por primera vez en decenios, la moral ha estado en el corazón de la campaña presidencial. Mayo del 68 nos había impuesto el relativismo intelectual y moral. Los herederos del 68 habían impuesto la idea de que todo vale, de que no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo. Habían querido hacernos creer que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos alumnos, que no había diferencias de valor y de mérito. Habían querido hacernos creer que la víctima cuenta menos que el delincuente, y que no puede existir ninguna jerarquía de valores. Habían proclamado que todo está permitido, que la autoridad había terminado, que las buenas maneras habían terminado, que el respeto había terminado, que ya no había nada que fuera grande, nada que fuera sagrado, nada admirable, y tampoco ya ninguna regla, ninguna norma, nada que estuviera prohibido.
Recordad el eslogan de Mayo del 68 en las paredes de la Sorbona: “Vivir sin obligaciones y gozar sin trabas”. Así la herencia de Mayo del 68 ha liquidado a la escuela de Jules Ferry en la izquierda francesa, que era una escuela de la excelencia, del mérito, del respeto, del civismo; una escuela que quería ayudar a los niños a convertirse en adultos y no a seguir siendo niños grandes, una escuela que quería instruir y no infantilizar, porque había sido construida por grandes republicanos que tenían la convicción de que el ignorante no es libre. Pero la herencia de Mayo del 68 ha liquidado esa escuela que transmitía una cultura común y una moral compartida, cultura y moral gracias a las que todos los franceses podían hablarse, comprenderse, vivir juntos. La herencia de Mayo del 68 ha introducido el cinismo en la sociedad y en la política. Han sido precisamente los valores de Mayo del 68 los que han promovido la deriva del capitalismo financiero, el culto del dinero-rey, del beneficio a corto plazo, de la especulación. El cuestionamiento de todas las referencias éticas y de todos los valores morales ha contribuido a debilitar la moral del capitalismo, ha preparado el terreno para el capitalismo sin escrúpulos y sin ética, para esas indemnizaciones millonarias de los grandes directivos, esos retiros blindados, esos abusos de ciertos empresarios, el triunfo del depredador sobre el emprendedor, del especulador sobre el trabajador.


La izquierda hipócrita


Los herederos de Mayo del 68 han degradado el nivel moral de la política. Todos esos políticos que reivindican la herencia de Mayo del 68, dan al prójimo lecciones que jamás se aplican a sí mismos, quieren imponer a los demás comportamientos, reglas, sacrificios que jamás se imponen a sí mismos. Proclaman: “Haced lo que yo digo, no hagáis lo que yo hago”. Ésa es la izquierda heredera de Mayo del 68, la que está en la política, en los medios de comunicación, en la administración, en la economía. La izquierda que le ha tomado gusto al poder, a los Privilegios. La izquierda que no ama a la nación porque no quiere compartir nada. Que no ama a la República porque no ama la igualdad. Que pretende defender los servicios públicos, pero que jamás veréis en un transporte colectivo. Que ama tanto la escuela pública, que a sus hijos los lleva a colegios privados. Que dice adorar la periferia, pero que se cuida muy mucho de vivir en ella. Que siempre encuentra excusas para los violentos, a condición de que se queden en esos barrios a los que ella, la izquierda, no va jamás. Esa izquierda que hace grandes discursos sobre el interés general, pero que se encierra en el clientelismo y el corporativismo. Que firma peticiones y manifiestos cuando se expulsa a algún “okupa”, pero que no aceptaría que se instalaran en su casa. Que dedica su tiempo a hacer moral para los demás, sin ser capaz de aplicársela a sí misma. Esa izquierda, en fin, que entre Jules Ferry y Mayo del 68 ha elegido Mayo del 68, es la que condena a Francia a un inmovilismo cuyas principales víctimas serán los trabajadores, los más modestos, los más pobres.
Ésa es la izquierda que desde Mayo del 68 ha renunciado al mérito y al esfuerzo, que ha dejado de hablar a los trabajadores, de sentirse concernida por la suerte de los trabajadores, de amar a los trabajadores; porque el valor trabajo ya no forma parte de sus valores, porque su ideología ya no es la de Jaurès o la de Blum, que respetaban a los trabajadores, sino que ahora la ideología de la izquierda es la del reparto obligatorio del trabajo, la de las 35 horas, la del asistencialismo. La crisis del trabajo es ante todo una crisis moral, y en ella la herencia de Mayo del 68 tiene una enorme responsabilidad. Yo quiero rehabilitar el trabajo, quiero devolver al trabajador el primer lugar en la sociedad.

Liquidar la herencia de Mayo del 68


La herencia de Mayo del 68 ha debilitado la autoridad del Estado. Esos herederos de los que en Mayo del 68 gritaban “CRS = SS”, toman sistemáticamente partido por los violentos, los alborotadores y los estafadores contra la policía. Lo hemos visto tras los incidentes de la Estación del Norte. En lugar de condenar a los violentos y de apoyar a las fuerzas del orden y su difícil trabajo, no se les ha ocurrido nada mejor que esta frase, que merecería ser inscrita en los anales de la República: “Es inquietante constatar que se ha abierto una fosa entre la policía y la juventud”. Como si los vándalos de la Estación del Norte representaran a toda la juventud francesa. Como si fuera la policía la que estaba actuando mal, y no los violentos. Como si los violentos hubieran destrozado todo y saqueado los comercios para expresar una revuelta contra una injusticia. Como si el hecho de ser jóvenes lo excusara todo. Como si la sociedad fuera siempre culpable y el delincuente siempre inocente. Ésos son los herederos de Mayo del 68, que denigran la identidad nacional, que atizan el odio a la familia, a la sociedad, al Estado, a la nación, a la República.
En estas elecciones se trata de saber si la herencia de Mayo del 68 debe ser perpetuada o si puede ser liquidada de una vez por todas. Yo quiero pasar la página de Mayo del 68. Pero tiene que ser más que un gesto. No hay que contentarse con poner banderas en los balcones el 14 de julio y cantar la Marsellesa en vez de la Internacional en los mítines del Partido Socialista. No se puede decir que se desea el orden y tomar sistemáticamente partido contra la policía. No es posible seguir denunciando la “provocación” y el “Estado policial” cada vez que la policía intenta hacer respetar la ley. No se puede decir que uno apuesta por el valor del trabajo y, al mismo tiempo, generalizar las 35 horas, seguir cargándolo con impuestos y estimular la mentalidad del asistido, del que cobra del Estado para no trabajar. No se puede decir que se desea obstaculizar las deslocalizaciones y al mismo tiempo rechazar cualquier experimentación del IVA social, que permite financiar la protección social con las importaciones. No es posible proclamar grandes principios y negarse a inscribirlos en la realidad. Yo propongo a los franceses romper realmente con el espíritu, con los comportamientos, con las ideas de Mayo del 68, con el cinismo de Mayo del 68. Propongo a los franceses devolver a la política la moral, la autoridad, el trabajo, la nación. Les propongo reconstruir un Estado que haga realmente su trabajo y que, en consecuencia, domine las feudalidades, los corporativismos y los intereses particulares. Les propongo rehacer una República una e indivisible contra todos los comunitarismos y todos los separatismos. Les propongo reedificar una nación que de nuevo esté orgullosa de sí misma.


Ciudadanía de deberes


Al poner sistemáticamente los derechos por encima de los deberes, los herederos de Mayo del 68 han debilitado la idea de ciudadanía. Al denigrar la ley, el Estado y la nación, los herederos de Mayo del 68 han favorecido el crecimiento del individualismo. Han incitado a cada cual a no pensar más que en sí mismo y a no sentirse concernido por los problemas del prójimo. Yo creo en la libertad individual, pero quiero compensar el individualismo con el civismo, con una ciudadanía hecha de derechos pero también de deberes. Quiero derechos nuevos, derechos reales y no virtuales. Quiero un derecho real a un techo, al alojamiento. Un derecho real al cuidado de los hijos, a la escolarización de niños con minusvalías, a la dependencia para los mayores. Quiero el derecho a un contrato de formación para los jóvenes de más de 18 años, y a la formación a lo lago de toda la vida. Quiero el derecho a la caución pública para aquellos que no tienen padres, para los que no tienen relaciones, para los enfermos a los que no se les quiere prestar porque se considera que representan un riesgo demasiado elevado. Quiero el derecho a un contrato de transición profesional para los que están en paro.
Pero quiero que estos derechos estén equilibrados con los deberes. La ideología de Mayo del 68 habrá muerto cuando la sociedad se atreva a recordar a cada cual sus deberes, cuando en la política francesa se ose proclamar que, en la República, los deberes son la contrapartida de los derechos. Ese día al fin se habrá realizado la gran reforma moral e intelectual que Francia necesita una vez más. Entonces podremos reconstruir sobre cimientos renovados esa República fraternal que es el sueño siempre inacabado, nunca realizado de Francia desde el primer día en que tuvo conciencia de su existencia como nación. Porque Francia no es una raza, no es una etnia, ni sólo un territorio; Francia es un ideal incansablemente perseguido por un gran pueblo que, desde su primer día, cree en la fuerza de las ideas, en su capacidad para transformar el mundo y hacer la felicidad de la humanidad.
Quiero decírselo a los franceses: el pleno empleo, el crecimiento, el aumento del poder adquisitivo, la revalorización del trabajo, la moralización del capitalismo, todo eso es necesario y es posible. Pero eso no son más que medios que deben ser puestos al servicio de una cierta idea del hombre, de un ideal de sociedad donde cada cual pueda encontrar su lugar, donde la dignidad de todos y cada uno sea reconocida y respetada.»