
Algunas críticas que se la han hecho a Obama en EE.UU. Interesante para mirar con más perspectiva la campaña de uno de los íconos de la Política 2.0.
Presentado como el futuro primer Presidente negro de EEUU, su imagen no ha logrado trascender el marketing político. Algunos ven al candidato presidencial demócrata como el salvador de la política estadounidense. Pero una visita a un acto de campaña nos devuelve a la realidad: el senador por Illinois no corresponde aún al mito que buscan crear sus asesores.
Comencemos por el final: es el 18 de julio y Barack Obama acaba de pronunciar un discurso ante unos 200 residentes del empobrecido vecindario de Anacostia en Washington DC. El discurso cubrió principios básicos y giró en torno de la pobreza y la riqueza. Obama ha dicho todo lo que necesita decir un candidato que quiere ganar el voto de los pobres, entregando una robusta dosis de aquello que los especialistas en campañas llaman “alimento para el alma”.
Pero el aplauso final es miserable: comienza en la primera fila, donde se sientan los dignatarios locales; se arrastra hacia los jóvenes apáticos de las filas cuatro y cinco; se esfuerza por llegar hasta la fila 14, al fondo de la sala. El hombre en el podio, que fue presentado como el “próximo Presidente de Estados Unidos”, se marcha rodeado de silencio. Sus pisadas resuenan en el piso de madera.
La audiencia congregada en la pequeña sala de conferencias del centro municipal de educación, arte y cultura, a menos de 15 kilómetros de la Casa Blanca, no fue despiadada en su reacción: sólo fue honesta.
El senador por Illinois claramente no es el producto que se quiere vender. En un principio se le describía como una estrella afroamericana ascendente. Eso era en tiempos de modestia. Después, la gente del marketing político se hizo cargo y se empezó a hablar de él como del nuevo Kennedy, el nuevo Martin Luther King Jr., el primer Presidente negro.
Desde entonces, su equipo de campaña se ha esmerado en justificar esas etiquetas. Le escriben discursos ingeniosos. Llevan carteles a los actos. Tratan de sembrar aplausos. Cualquiera que compre una camiseta, una gorra de béisbol o un adhesivo de Obama por Internet, queda registrado como donante.
Una “revolución desde las raíces” se está gestando... o eso es lo que se murmura. En televisión el guión del “Obama Presidente” se desarrolla sin fallas. Sus largos brazos fueron hechos para abrazar personas y estrechar manos y su rostro luce radiante. Todo ello le hace ver tan carismático en una breve nota de prensa, que la comparación con Kennedy parece a lo menos permisible.
CANDIDATO CÓMODO
Pero la imagen no llega muy lejos. La audiencia de Anacostia lo sabe bien: han experimentado el “Obama unplugged”. Abrumado por las expectativas, Obama les habla acartonadamente. Su brazo cuelga inerte a lo largo de su discurso. En el sentido estricto de la palabra, no está en realidad haciendo un discurso, sino leyendo literalmente un texto. Con frecuencia empieza las frases diciendo “cuando yo sea Presidente”. El joven senador preferiría no responder preguntas. Para eso está su sitio web y no se cansa de deletrear la dirección.
La voz de Obama es viril y firme, a menudo demasiado alta. Quiere obviamente transmitir un aura de liderazgo y es por eso que aumenta tanto el nivel de decibeles. Pero la sustancia de lo que está diciendo no es particularmente provocativa para la audiencia en el centro comunitario, aunque es muy atractiva.
En esta temprana mañana en la campaña electoral estadounidense, Obama es el candidato cómodo. Dice un montón de cosas correctas. Es difícil no asentir con aprobación. El futuro de un niño no debiera decidirse antes de que el niño haya dado sus primeros pasos. Por cierto. Nadie puede aprender debidamente si las escuelas no ofrecen “los libros adecuados o los mejores maestros”. Bravo. No es de extrañar que los jóvenes desempleados se integren a pandillas si no hay trabajo para ellos y “el empresario más exitoso en vuestra vecindad es un traficante de drogas”. ¡Yeah!
MANZANAS Y NARANJAS
Y Obama hace exactamente lo que más les gusta hacer a los populistas: compara manzanas y naranjas. Un proyecto infantil en Harlem, que él quisiera ver extenderse a través de Estados Unidos, cuesta 46 millones de dólares al año: el dinero que se gasta en sólo una mañana en la guerra de Irak, dice. Vamos a invertir mejor el dinero, le propone a su audiencia.
El aplauso habla por la efectividad de este tipo de comparaciones. Pero también habla en contra del candidato.
Comprar juguetes en lugar de armas es la manera más segura de que EEUU pierda su estatus como super-potencia. El conflicto con un Islam agresivo no se ganará de esta manera. Naturalmente Obama sabe esto, y es la razón por la que escribe en un artículo en “Foreign Affaire” que en su opinión los militares estadounidenses necesitan urgentemente ser “revitalizados”. Eso significa más dinero, más soldados y más fuerzas terrestres: él sugiere un aumento de cerca de 100 mil efectivos. “Un fuerte poder militar es, más que ninguna otra cosa, necesario para mantener la paz”, escribe.
Pero “Foreign Affaire” difícilmente es lectura diaria en los vecindarios más pobres de EEUU. La falta de educación que lamenta el Obama especialista en política social brinda valiosos servicios al Obama experto en política exterior.
“GOBIERNO GRANDE”
El candidato procede sobre la base de que nadie en la audiencia es capaz de aritméticas mentales. Después de todo, si su discurso se convierte mañana en política gubernamental, el nuevo Presidente tendría que ir derecho al Fondo Monetario Internacional, al día siguiente, a pedir un préstamo.
Obama está postulando lo que los republicanos llaman “Gobierno grande”, un Estado gastador. Promete medicina socializada sin decir cómo la financiará. Quiere fundar un banco nacional para los pobres, basado en el concepto del Banco Mundial; quiere entregar dinero a los centros extra-escolares y transformar el salario mínimo en un verdadero sueldo vital que aumentaría automáticamente según la inflación.
Italia tuvo esta “escala móvil” durante décadas. Demostró ser un programa ideal para devaluar la moneda, que es la razón por la que los italianos fueron tan poco sentimentales al dejar la lira por el euro.
Barack Obama es un candidato que conoce y se dirige a las zonas cómodas de cualquier audiencia. Habla de liderazgo pero abomina que lo sigan. Quiere ser moderno pero mucho de lo que dice suena altamente anticuado. Sus argumentos de venta para el sudeste de Washington se derivan exclusivamente del tesoro escondido de los liberales de la vieja escuela. Sus ideas sobre el Estado de bienestar se remontan a Martin Luther King Jr., como lo admite abiertamente. “Si podemos hallar el dinero para poner a un hombre en la Luna, entonces podemos hallar el dinero para poner a un hombre de pie”, dice, citando al líder de los derechos civiles. Ello puede sonar bien, pero sobre todo suena ingenuo.
PROGRAMA CARO
Cualquiera con cierta sensatez sabe de antemano quién terminará pagando por estas opciones: la clase media. Por eso es que el programa de Obama no es sólo caro sino también demencial. La clase baja en Estados Unidos es masiva: 40 millones de personas viven bajo la línea de pobreza. Pero no es lo bastante grande como para ofrecer la base para una victoria electoral. Los pobres tienden menos a votar que el promedio y no puede darse por sentado que los pobres votarán automáticamente por la izquierda. De hecho, muchos viven en la izquierda pero votan por la derecha.
Por esto fue que Bill Clinton apeló tan hábilmente en sus campañas a las “olvidadas clases medias”. Y que Gerhard Schröder tuvo éxito en Alemania al convocar a la “nueva clase media” en 1998. Pero Barack Obama está pescando en un estanque mucho más chico.
Pero ¿debieran tomarse en serio los discursos de campaña? Probablemente no, dicen aquellos que saben. El ex Presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, un gran Mandatario en tiempos de guerra y un apasionado de las campañas, sentía que era irrazonable pedirle que se atuviera a sus promesas de campaña: les decía a sus críticos que los discursos de campaña eran simples carteles, y no grabados.
© Der Spiegel
The New York Times Syndicate
Presentado como el futuro primer Presidente negro de EEUU, su imagen no ha logrado trascender el marketing político. Algunos ven al candidato presidencial demócrata como el salvador de la política estadounidense. Pero una visita a un acto de campaña nos devuelve a la realidad: el senador por Illinois no corresponde aún al mito que buscan crear sus asesores.
Comencemos por el final: es el 18 de julio y Barack Obama acaba de pronunciar un discurso ante unos 200 residentes del empobrecido vecindario de Anacostia en Washington DC. El discurso cubrió principios básicos y giró en torno de la pobreza y la riqueza. Obama ha dicho todo lo que necesita decir un candidato que quiere ganar el voto de los pobres, entregando una robusta dosis de aquello que los especialistas en campañas llaman “alimento para el alma”.
Pero el aplauso final es miserable: comienza en la primera fila, donde se sientan los dignatarios locales; se arrastra hacia los jóvenes apáticos de las filas cuatro y cinco; se esfuerza por llegar hasta la fila 14, al fondo de la sala. El hombre en el podio, que fue presentado como el “próximo Presidente de Estados Unidos”, se marcha rodeado de silencio. Sus pisadas resuenan en el piso de madera.
La audiencia congregada en la pequeña sala de conferencias del centro municipal de educación, arte y cultura, a menos de 15 kilómetros de la Casa Blanca, no fue despiadada en su reacción: sólo fue honesta.
El senador por Illinois claramente no es el producto que se quiere vender. En un principio se le describía como una estrella afroamericana ascendente. Eso era en tiempos de modestia. Después, la gente del marketing político se hizo cargo y se empezó a hablar de él como del nuevo Kennedy, el nuevo Martin Luther King Jr., el primer Presidente negro.
Desde entonces, su equipo de campaña se ha esmerado en justificar esas etiquetas. Le escriben discursos ingeniosos. Llevan carteles a los actos. Tratan de sembrar aplausos. Cualquiera que compre una camiseta, una gorra de béisbol o un adhesivo de Obama por Internet, queda registrado como donante.
Una “revolución desde las raíces” se está gestando... o eso es lo que se murmura. En televisión el guión del “Obama Presidente” se desarrolla sin fallas. Sus largos brazos fueron hechos para abrazar personas y estrechar manos y su rostro luce radiante. Todo ello le hace ver tan carismático en una breve nota de prensa, que la comparación con Kennedy parece a lo menos permisible.
CANDIDATO CÓMODO
Pero la imagen no llega muy lejos. La audiencia de Anacostia lo sabe bien: han experimentado el “Obama unplugged”. Abrumado por las expectativas, Obama les habla acartonadamente. Su brazo cuelga inerte a lo largo de su discurso. En el sentido estricto de la palabra, no está en realidad haciendo un discurso, sino leyendo literalmente un texto. Con frecuencia empieza las frases diciendo “cuando yo sea Presidente”. El joven senador preferiría no responder preguntas. Para eso está su sitio web y no se cansa de deletrear la dirección.
La voz de Obama es viril y firme, a menudo demasiado alta. Quiere obviamente transmitir un aura de liderazgo y es por eso que aumenta tanto el nivel de decibeles. Pero la sustancia de lo que está diciendo no es particularmente provocativa para la audiencia en el centro comunitario, aunque es muy atractiva.
En esta temprana mañana en la campaña electoral estadounidense, Obama es el candidato cómodo. Dice un montón de cosas correctas. Es difícil no asentir con aprobación. El futuro de un niño no debiera decidirse antes de que el niño haya dado sus primeros pasos. Por cierto. Nadie puede aprender debidamente si las escuelas no ofrecen “los libros adecuados o los mejores maestros”. Bravo. No es de extrañar que los jóvenes desempleados se integren a pandillas si no hay trabajo para ellos y “el empresario más exitoso en vuestra vecindad es un traficante de drogas”. ¡Yeah!
MANZANAS Y NARANJAS
Y Obama hace exactamente lo que más les gusta hacer a los populistas: compara manzanas y naranjas. Un proyecto infantil en Harlem, que él quisiera ver extenderse a través de Estados Unidos, cuesta 46 millones de dólares al año: el dinero que se gasta en sólo una mañana en la guerra de Irak, dice. Vamos a invertir mejor el dinero, le propone a su audiencia.
El aplauso habla por la efectividad de este tipo de comparaciones. Pero también habla en contra del candidato.
Comprar juguetes en lugar de armas es la manera más segura de que EEUU pierda su estatus como super-potencia. El conflicto con un Islam agresivo no se ganará de esta manera. Naturalmente Obama sabe esto, y es la razón por la que escribe en un artículo en “Foreign Affaire” que en su opinión los militares estadounidenses necesitan urgentemente ser “revitalizados”. Eso significa más dinero, más soldados y más fuerzas terrestres: él sugiere un aumento de cerca de 100 mil efectivos. “Un fuerte poder militar es, más que ninguna otra cosa, necesario para mantener la paz”, escribe.
Pero “Foreign Affaire” difícilmente es lectura diaria en los vecindarios más pobres de EEUU. La falta de educación que lamenta el Obama especialista en política social brinda valiosos servicios al Obama experto en política exterior.
“GOBIERNO GRANDE”
El candidato procede sobre la base de que nadie en la audiencia es capaz de aritméticas mentales. Después de todo, si su discurso se convierte mañana en política gubernamental, el nuevo Presidente tendría que ir derecho al Fondo Monetario Internacional, al día siguiente, a pedir un préstamo.
Obama está postulando lo que los republicanos llaman “Gobierno grande”, un Estado gastador. Promete medicina socializada sin decir cómo la financiará. Quiere fundar un banco nacional para los pobres, basado en el concepto del Banco Mundial; quiere entregar dinero a los centros extra-escolares y transformar el salario mínimo en un verdadero sueldo vital que aumentaría automáticamente según la inflación.
Italia tuvo esta “escala móvil” durante décadas. Demostró ser un programa ideal para devaluar la moneda, que es la razón por la que los italianos fueron tan poco sentimentales al dejar la lira por el euro.
Barack Obama es un candidato que conoce y se dirige a las zonas cómodas de cualquier audiencia. Habla de liderazgo pero abomina que lo sigan. Quiere ser moderno pero mucho de lo que dice suena altamente anticuado. Sus argumentos de venta para el sudeste de Washington se derivan exclusivamente del tesoro escondido de los liberales de la vieja escuela. Sus ideas sobre el Estado de bienestar se remontan a Martin Luther King Jr., como lo admite abiertamente. “Si podemos hallar el dinero para poner a un hombre en la Luna, entonces podemos hallar el dinero para poner a un hombre de pie”, dice, citando al líder de los derechos civiles. Ello puede sonar bien, pero sobre todo suena ingenuo.
PROGRAMA CARO
Cualquiera con cierta sensatez sabe de antemano quién terminará pagando por estas opciones: la clase media. Por eso es que el programa de Obama no es sólo caro sino también demencial. La clase baja en Estados Unidos es masiva: 40 millones de personas viven bajo la línea de pobreza. Pero no es lo bastante grande como para ofrecer la base para una victoria electoral. Los pobres tienden menos a votar que el promedio y no puede darse por sentado que los pobres votarán automáticamente por la izquierda. De hecho, muchos viven en la izquierda pero votan por la derecha.
Por esto fue que Bill Clinton apeló tan hábilmente en sus campañas a las “olvidadas clases medias”. Y que Gerhard Schröder tuvo éxito en Alemania al convocar a la “nueva clase media” en 1998. Pero Barack Obama está pescando en un estanque mucho más chico.
Pero ¿debieran tomarse en serio los discursos de campaña? Probablemente no, dicen aquellos que saben. El ex Presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, un gran Mandatario en tiempos de guerra y un apasionado de las campañas, sentía que era irrazonable pedirle que se atuviera a sus promesas de campaña: les decía a sus críticos que los discursos de campaña eran simples carteles, y no grabados.
© Der Spiegel
The New York Times Syndicate
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