lunes, 30 de julio de 2007

DIVORCIO ALIANZA - CASEN (Álvaro Fischer en Editorial El Mercurio 9 Julio 2007)


La reacción que la Alianza ha tenido frente a los resultados de la última encuesta Casen —que en su punto medular indica que la pobreza ha disminuido de 18,7% a 13,7% entre 2003 y 2006— parece políticamente autoflagelante e intelectualmente contradictoria. En vez de mostrarse satisfecha de que su receta para disminuir la pobreza —crecimiento económico y aumento del empleo— está dando resultados, ha cuestionado la metodología, los números involucrados y las conclusiones de la encuesta.
La encuesta Casen se hace sobre la base de los ingresos autónomos de las personas, que involucran sólo una pequeña proporción de subsidios estatales redistributivos. Como la pobreza disminuye justamente entre los años 2003 y 2006, cuando el empleo y el crecimiento comienzan a crecer —y no lo hizo en el trienio anterior, cuando el crecimiento y el empleo eran más bajos—, entonces la conclusión natural es que son justamente el crecimiento económico y el empleo los factores principales que produjeron esa caída, mucho más que las políticas sociales del Gobierno. Es decir, los datos le están dando la razón a la doctrina aliancista que sostiene que como mejor se combate la pobreza es con crecimiento y empleo. Paradójicamente, en vez de estar contenta con los resultados de la Casen, la Alianza se ha dedicado a criticarla. En vez de decir “¿ven como tenía razón?”, la Alianza ahora afirma que “el crecimiento económico y del empleo no han dado resultados, la reducción de la pobreza no es tal, las cifras de Mideplan son sospechosas”.
Es cierto que las cifras pueden ser objeto de un escrutinio más cercano: los datos de la encuesta son luego cotejados con las cuentas nacionales para hacer que ambas sean coherentes, con una metodología no completamente transparente; las muestras de la encuesta 2003 y 2006 no se construyeron sobre las mismas bases, lo que podría subestimar la pobreza, y la pobreza sigue definiéndose de la misma manera a través de los años —el doble del valor del aporte alimenticio necesario por persona, según la OMS— y como ese monto ha bajado en términos reales, eso ha facilitado que la cantidad de pobres disminuya. Tampoco ayuda que la persona a cargo de las estadísticas en Mideplan haya renunciado luego que éstas se dieran a conocer, ni las dificultades que encuentran los investigadores para cotejar los datos de Mideplan.
Aun considerando lo anterior, el esfuerzo de la Alianza parece estar orientado a criticar al Gobierno más que a construir una plataforma intelectual propia. Pareciera que no tiene la convicción necesaria para afirmar lo que piensa. Es como si asumiera que los ciudadanos, para salir de la pobreza, creen que las políticas sociales son más efectivas que el crecimiento económico, y por eso no se atreve a explicitar con claridad y fuerza su postura diferente. De esa forma, ante los electores, está implícitamente aceptando el argumento de la Concertación. Eso construye un escenario político en el que la competencia se da por quien tiene mayor credibilidad en materia de políticas sociales, y en él lo más probable es que Alianza pierda reiteradamente, porque ese es el aspecto donde la Concertación tiene mejor establecida su marca.
Para ganar las elecciones se necesita establecer una narrativa que capture la imaginación de la ciudadanía. No es lo que ha hecho la Alianza. Por el contrario, más bien se ha focalizado en perfilar lo mal que lo hace la Concertación y lo bien que lo podría hacer ella, si alcanzara el poder. Eso genera la imagen de que no hay una gran diferencia en las ideas, y que tan sólo se trata de un problema de gestión. Esa estrategia tiene dos problemas: por una parte, descansa en lo que no controla —lo que haga la Concertación— y no en lo que sí controla, lo que ella haga, y, por otra, no permite identificar a la Alianza con un marco conceptual, con una idea de gobierno, con un proyecto de país que atraiga a los electores.
No resulta extraño, entonces, que la baja en la aprobación de la Concertación no se traduzca en un alza de la Alianza.
El divorcio que la Alianza ha establecido con la encuesta Casen muestra que su estrategia sigue estando mal estructurada. Se basa más en la crítica al adversario que en perfilar el centro de su pensamiento, una sociedad que privilegie la autonomía, la responsabilidad y la libertad individual. Hacerlo requiere de coraje y convicción intelectual, y no solamente de ansias de poder.

SEGÚN PASA EL TIEMPO (Carlos Peña, Reportajes El Mercurio 29 Julio 2007)


La Concertación de Partidos por la Democracia -inicialmente un puñado de señores más o menos modestos, vestidos con trajes café o gris y chaleco tejido a palillos, también café o gris, pero que, vaya paradoja, enarbolaron un arco iris- derrotó no sólo a la dictadura, lo que ya habría sido bastante para estar eternamente agradecido, sino que, como si eso fuera poco, desató un amplio proceso de modernización y logró construir una democracia que no es perfecta, pero, para qué estamos con cosas, tampoco está nada de mal.

Sin embargo, para nuestra desgracia, todo se va en la vida. Se va o perece. El agua, la sombra y el vaso. También la Concertación. Y es que nada está como entonces. Ni el otoño, ni nosotros.

La mejora en la vida material de los chilenos -un proceso que se aceleró en estos últimos veinte años- acarreó transformaciones culturales que hoy día se expresan en la política.

Amplios sectores proletarios dieron paso a mayorías aspiracionales que disfrutan la farándula, compran en los malls, invierten casi un tercio de su renta en la educación de sus hijos, tienen una vida más autónoma que ayer y ya no comulgan con ruedas de carreta. Los sosegados sectores medios, acostumbrados a la actitud imitativa, asumen, por su parte, su identidad sin ninguna culpa.

Las élites, incluidas las de la Concertación, que antes manejaban a las mayorías y las audiencias con el dedo meñique, sustituyeron los ternos café y el chaleco a palillos por trajes a la medida, pero también se debilitaron. El prestigio principió a redistribuirse y, gracias al mercado, todo amenaza ahora con desvanecerse en el aire.

En medio de ese panorama es natural que la Concertación haya envejecido. En esto hace falta Clodomiro Almeyda, uno de sus fundadores, quien podría haber recordado a Marx: los cambios materiales y las transformaciones simbólicas van por delante de las transformaciones políticas y por eso, tarde o temprano, nos guste o no, las coaliciones se desvencijan, los programas caen en desuso y los dirigentes se ponen viejos y de mal humor. Y quienes no gustan de Marx, o se asusten con él, podrían releer a Polibio: la fortuna siempre se burla de nuestros cálculos y tarde o temprano nos recuerda que el poder está de préstamo.

En esto, claro está, no hay nada de qué quejarse. Sólo quienes no se han curado de la ilusión de la eternidad -o sea, los niños- podrían entristecerse, o ponerse iracundos.

¿Significa eso que es la hora de la derecha y que, en vez de hacerse del poder a las patadas y por manu militari, como ocurrió en 1973, podrá hacerlo ahora mediante los votos?

Nada de eso. Si la Concertación ha envejecido y si sus programas se pusieron más o menos obsoletos, a la derecha le ha ocurrido algo peor. No ha envejecido ni nada. Está igual que hace cosa de veinte años: una verdadera momia. La misma ambigüedad frente a la dictadura, los mismos prejuicios en la esfera moral, iguales rastros del hispanismo, los temores repetidos frente a la modernidad, las citas a Hayek oídas una y otra vez, la misma incapacidad para pronunciarse frente a su dilema fundamental: ¿vale la pena la modernización al costo de sacrificar los derechos humanos? Mientras esa pregunta no tenga respuesta y no se saquen las conclusiones del caso, la derecha que alguna vez prometió -Allamand y Espina- seguirá siendo una generación perdida.

La Concertación, en cambio, todavía tiene la oportunidad de salvarse a sí misma. Para eso basta que sea capaz de mirar su propio éxito sin culpa.

La expansión del consumo no como pecado o enajenación, sino como autonomía; las protestas estudiantiles no como fracaso, sino como la consecuencia de haber derrotado la exclusión de la escuela; la internacionalización no como pérdida de identidad, sino como un motivo para afianzarla; la transformación de la afectividad no como simple apertura, sino como una ocasión para fortalecer una vida familiar más plural y más diversa; la farándula no como simple ordinariez, sino también como una muestra de cuánto se han liberalizado las costumbres; y el malestar de hoy como una prueba de que quienes antes se resignaban a lo que decidieran las élites, son hoy día individuos que reclaman su lugar y su sitio en la comunidad que hemos construido.

En una palabra, envejecer es inevitable; pero hay formas dignas y otras indignas de hacerlo. Eso es lo esencial. Se puede andar por la vida murmurando recuerdos, tejiendo nostalgias y haciendo episodios de ira, o, en cambio, mirando los desplantes, las faltas de respeto y las altanerías de los nietos con orgullo.

viernes, 27 de julio de 2007

LA REVOLUCIÓN DE LAS CAMPAÑAS 2.0


(Hernán Larraín Jr. & Luis Argandoña)


La actual campaña presidencial norteamericana puede convertirse en un paradigma mediático-electoral: como nunca los candidatos se han volcado a internet. Hillary, Obama y John Edwards desfilan por YouTube. A Chile, la tendencia debería llegar en los próximos comicios.


Despierten, la carrera ya partió. Faltan más de dos años, pero ya vimos a Piñera disfrazado de buzo. Vimos a Lagos convertirse en Capitán Planeta. A Eduardo Frei estatizando el Transantiago y a Soledad Alvear reaccionando a la embestida. Insulza está acumulando millaje como nunca y Trivelli ya bajó a una mina de carbón. Están todos "disponibles" ¡Incluso uno ya se bajó: Longueira!

Tanta anticipación parece descabellada. Pero no lo es tanto. Hillary, Obama, McCain y los demás en EE.UU. montaron sus campañas hace rato y no se dan respiro en vista a noviembre de 2008. En Gran Bretaña ocurre algo similar con Cameron y Brown, y en España con Rajoy. Todos exhiben un nivel de gasto, movilización e innovación tecnológica inusitado para una campaña a tanta distancia de la elección.

Pero más allá del ruido, el frenesí y la irrupción de internet como una poderosa herramienta de campaña, se está haciendo evidente que la naturaleza misma de hacer campañas -y quizás de hacer política- está cambiando radicalmente.

La lógica de la "web 2.0" (o internet de segunda generación) está permeando silenciosamente la política. Esto significa que las personas ya no son receptores pasivos de mensajes, sino que tienen la posibilidad y las armas para involucrarse, participar e influir activamente.

Como dice Joe Trippi, uno de los expertos electorales más reputados en EE.UU., "El juego cambió de una manera que la elite necesita entender". Ya no se trata de lo que las campañas puedan hacerle a la gente. Sino de lo que las mismas personas, usando herramientas como los blogs, YouTube o los teléfonos celulares, pueden hacerles a las campañas.


Esa vieja campaña noventera…


Sin duda fueron una revolución en su momento. A principios de los '90 en EE.UU. y Europa, y a finales de esa década en Chile, las campañas se volvieron una enorme e interminable batalla publicitaria. Un espectáculo montado con saltimbanquis y batucadas, listo para ser consumido por el televidente. Nada demasiado diferente a la guerra de las teleseries. Aquí, la imagen era todo y la "marca" del presidenciable era el valor más preciado.

El candidato era el centro: Lavín vs. Lagos. En esta lógica, el votante es sólo un consumidor frente al más sofisticado de los productos. Lo principal es la apariencia, y por eso desembarcó un ejército de consultores, publicistas, diseñadores, media trainers, esteticistas, peluqueros y sastres. Se instaló la profesionalización hasta en los más mínimos detalles.

La información se volvió el arma de campaña clave. De ahí el ascenso de las encuestas como el oráculo de la opinión pública. Y, claro, sus resultados nos recordaron periódicamente que el cliente siempre tiene la razón.

En este estilo de campaña, los mensajes y cuñas se elaboran bajo un estricto control partidario. La comunicación es unidireccional: para maximizar la eficiencia en el uso de los recursos, los ciudadanos son tratados como una gran masa homogénea. Las clásicas y formateadas visitas a las ferias, un Lagos tomando a niños en sus brazos o un Lavín sacándose polaroid con los transeúntes, fueron ingeniosas maneras de simular un contacto personal real.


El nuevo paradigma: tú y yo conversamos


O como diría Barack Obama: "Esto se trata de ti, no de mí". La diferencia fundamental de la campaña 2.0 es que los candidatos se ven obligados a asumir -más allá del discurso- que los protagonistas son los electores, no ellos.

"Las campañas tradicionales, vía medios masivos, le entregan un mensaje claro a la gente: tu opinión no cuenta", señala Joe Trippi. Yo hablo, tú escuchas. La expectativa de hoy es por una conversación auténtica, directa, que sea relevante para quienes la escuchan. En palabras de Phillip Gould, uno de los estrategas más cercanos a Tony Blair, los ciudadanos parecen decir: "No voy a escuchar nada de lo que tengas que decir, a menos que te ganes el derecho a ser escuchado".

Y ganarse ese derecho significa, entre otras cosas, saber escuchar genuinamente. Es un giro radical desde el "full marketing" hacia la participación y la comunicación personalizada: cercana, espontánea, involucrada. No se lleva levantar la voz y callar activistas, ni hablar desde tu oficina en Washington, en la sede del partido o en el último piso de Sanhattan. Es necesario salir a buscar a las personas y aceptar la pérdida de una cuota significativa de control sobre el mensaje y la trayectoria de la campaña.

Se trata de un estilo de campaña que está en pleno desarrollo en los países desarrollados, sin alcanzar aún su total maduración, pero que de seguro para el 2009 habrá aterrizado en Chile.


Empoderados, desafectados y saturados


Esta mirada renovada probablemente les hará sentido a ciudadanos que, aunque más empoderados, se sienten muy lejanos a la política. Como suele ocurrir, la clase política chilena ha tenido dificultades para asumir o sintonizar con este malestar. Hace un buen rato que, según la encuesta del CEP, el partido con el que más se identifican los chilenos es "Ninguno".

A esta distancia y falta de confianza ha contribuido también la política como un espectáculo medial intensivo y maqueteado. El exceso de mensajes e información comoditizada está terminando por saturar y insensibilizar a las audiencias. Sólo entre 1997 y 2006, según un estudio de Conecta Media Research, la oferta de contenidos informativos en TV prácticamente se duplicó.

Frente a esta avalancha, el diagnóstico es claro: si quieres comunicarte con los electores, si quieres ganar una elección, vas a tener que inventar algo distinto.


Esta revolución no se verá por TV


Al menos como paradigma de comunicación con los electores, la edad de oro de la televisión masiva está en declinación, tal como lo diagnosticó Karl Rove, el principal asesor electoral de George W. Bush.

La TV sigue siendo crucial, pero nos estamos moviendo cada vez más desde los medios masivos al "personal media", a aquellos en los que es más factible generar un vínculo de confianza, y en los que la voz de los ciudadanos puede sentirse con más fuerza.

Es en esto, más que en sus aspectos funcionales, donde radica la potencialidad electoral de internet. Ciudadanos más empoderados y menos condescendientes frente al discurso político tradicional probablemente confiarán más en la opinión de sus pares que en un mensaje "desde arriba".

Uno de los principales focos de trabajo de los candidatos hoy en EE.UU. es interactuar y ampliar sus bases de apoyo desde plataformas como YouTube, MySpace o Facebook, sitios web que alojan comunidades sociales de gran volumen. El juego consiste en saltarse la mediación e ir directo al ciudadano, tratando de interpelarlo y hacerlo participar. Que envíe ideas, propuestas, demandas, críticas y, cómo no, dinero. Lo que sea, con tal de que se involucre y genere un vínculo con el candidato.

Hillary Clinton, por ejemplo, puso un video en YouTube en el que, parodiando el final de la popular serie Los Soprano, invitó a sus adherentes a elegir el himno para su candidatura.

La campaña 2.0 es de abajo hacia arriba, no al revés. Y no se trata sólo de diseminar información. Es Barack Obama levantando fondos con pequeños aportes desde su red de amigos en MySpace. Es John Edwards armando su programa sobre la base de conversaciones vía blog y YouTube. Es Hillary en una conferencia online abierta en su sitio web. Es David Cameron invitándote a conversar desde la cocina de su casa.

Y es sobre todo la creación de comunidades electorales donde son miles los voluntarios movilizando el mensaje de su candidato, creando videos que ridiculizan al rival, sumando activistas y construyendo sus propias redes de conversación y apoyo online.


Los viejos trucos no se olvidan


En todo caso, no hay que perderse. La campaña 2.0 no significa abandonar los medios tradicionales y los recursos clásicos. Después de todo, hay rivales a los que atacar, emplazar, ridiculizar y, principalmente, derrotar.

Para eso es crucial un equipo 100% profesional en una "sala de guerra" potente: con monitoreo 24 horas de los medios y del rival, velocidad de respuesta ante contingencias y ataques, disciplina en el mensaje de los voceros, integración horizontal, permanente indagación y generación de temas. Es lo que desde Bill Clinton -y su estratega estrella James Carville- se conoce como "campaña total".

La diferencia es que ahora se han abierto las paredes de esa "war room" y existen muchos más ojos y oídos atentos y dispuestos a involucrarse en la batalla.

Por lo mismo, los candidatos estarán mucho más expuestos, porque hasta en los recintos más privados siempre habrá alguien cerca para grabar errores desafortunados y gaffes.

Esto va a traer, según distintos analistas, una consecuencia inesperada: obligará a los presidenciables a ser mucho más auténticos."Antes de la televisión -dice Joe Trippi- lo que importaba era cómo sonaba tu voz. Luego, con la TV, lo que importa es cómo se ve tu candidato. Ahora nos estamos moviendo hacia un medio donde lo más importante es la autenticidad: desde 'cómo se ven las cosas', a 'cómo son en realidad'. Tienes que estar 'encendido' 24 horas al día, siete días a la semana…. Ya no vas a poder esconder quién eres".


¿Qué podemos esperar en Chile?


En nuestras campañas usualmente ha predominado el énfasis por el control del mensaje, la jerarquía y la unidireccionalidad. Es muy probable que a los candidatos más tradicionales les cueste mucho adaptarse a una lógica más horizontal y genuinamente interactiva.

Sin embargo en las próximas presidenciales con seguridad veremos intentos serios por hacer campañas de manera más participativa y personalizada. Intentos cuyo objetivo será movilizar e interconectar a las bases para que sean ellas mismas quienes hagan la campaña.

Esta ambición está lejos de ser una quimera, si se considera el silencioso pero sostenido crecimiento de la red en Chile: este año ya se superó el millón de bocas de banda ancha, los blogs nacionales muestran un alto nivel de organización y, además, Chile cuenta con la comunidad más numerosa en Fotolog.com, una red de bitácoras de fotos.

A todo eso se sumará el espectro completo de técnicas y estrategias propias de la campaña 2.0: sofisticado manejo de microtargeting y bases de datos, marketing viral usando videos hechos por los propios electores, redes de blogs y videologs de denuncias, mailing selectivo, social networking, coordinación de voluntarios vía mensajes de texto, bitácoras de campaña minuto a minuto, donaciones online, comandos en Second Life y en otras comunidades virtuales.

Pero más allá de las nuevas tácticas, lo central es entender que la "campaña 2.0" no se trata sólo de tecnología o de tener un video simpático en YouTube. Se trata de un cambio fundamental en el tono y el carácter de la conversación. Y probablemente aquel candidato o candidata que logre abrir esa conversación y establecer un vínculo directo con los electores tendrá una ventaja decisiva.

DISCURSO DE SARKOZY EN BERCY


«El pensamiento único, que es el pensamiento de quienes lo saben todo, de quienes se creen no sólo intelectualmente sino también moralmente por encima de los demás, ese pensamiento único había denegado a la política la capacidad para expresar una voluntad. Había condenado la política. Había profetizado su caída imparable frente a los mercados, las multinacionales, los sindicatos, Internet. Se sostenía que en el mundo tal cual es hoy, con sus informaciones que se difunde instantáneamente, sus capitales que se desplazan cada vez más rápido y sus fronteras ampliamente abiertas, la política ya no jugaría más que un papel anecdótico y que ya no podría expresar una voluntad, porque el poder pronto estaría compartido, diluido, disperso en red; porque las fronteras estarían totalmente abiertas y los hombres, los capitales y las mercancías circularían sin obedecer a nadie. Pero la política retorna. Retorna por todas partes en el mundo. La caída del Muro de Berlín pareció anunciar el fin de la Historia y la disolución de la política en el mercado. Dieciocho años después, todo el mundo sabe que la Historia no ha terminado, que siempre es trágica y que la política no puede desaparecer porque los hombres de hoy sienten una necesidad de política, un deseo de política como rara vez se había visto desde el fin de la segunda guerra mundial.


Necesidad de nación


La necesidad de política tiene por corolario la necesidad de nación. La nación también había sido condenada. Pero aquí está de nuevo, para responder a la necesidad de identidad frente a la mundialización, vivida como una empresa de uniformización y mercantilización del mundo en la que ya no quedaría lugar para la cultura y para los valores del espíritu. Quizá la inquietud es excesiva, pero es bien real y expresa una necesidad de identidad muy fuerte. Por todas partes la he encontrado en esta campaña; en todas partes me han hablado de ella gentes de toda condición. Pero la nación no es sólo la identidad. Es también la capacidad de estar juntos para protegerse y para actuar. Es el sentimiento de que no se está solo para afrontar un futuro angustioso y un mundo amenazante. Es el sentimiento de que, juntos, se es más fuerte, y podremos hacer frente a lo que, solos, no podríamos afrontar.
Yo he querido volver a poner la voluntad política y Francia en el corazón del debate político. La voluntad política y la nación están siempre para lo mejor y para lo peor. El pueblo que se moviliza, que se convierte en una fuerza colectiva, es una potencia temible que puede actuar tanto para lo mejor como para lo peor. Hagamos las cosas de manera que sea para lo mejor. Conjuraremos lo peor respetando a los franceses, manteniendo nuestros compromisos, respetando la palabra dada. Conjuraremos lo peor haciendo que la moral retorne a la política.


Contra los herederos de Mayo del 68


No me da miedo la palabra “moral”. Desde mayo de 1968 no se podía hablar de moral. Era una palabra que había desaparecido del vocabulario político. Hoy, por primera vez en decenios, la moral ha estado en el corazón de la campaña presidencial. Mayo del 68 nos había impuesto el relativismo intelectual y moral. Los herederos del 68 habían impuesto la idea de que todo vale, de que no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo. Habían querido hacernos creer que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos alumnos, que no había diferencias de valor y de mérito. Habían querido hacernos creer que la víctima cuenta menos que el delincuente, y que no puede existir ninguna jerarquía de valores. Habían proclamado que todo está permitido, que la autoridad había terminado, que las buenas maneras habían terminado, que el respeto había terminado, que ya no había nada que fuera grande, nada que fuera sagrado, nada admirable, y tampoco ya ninguna regla, ninguna norma, nada que estuviera prohibido.
Recordad el eslogan de Mayo del 68 en las paredes de la Sorbona: “Vivir sin obligaciones y gozar sin trabas”. Así la herencia de Mayo del 68 ha liquidado a la escuela de Jules Ferry en la izquierda francesa, que era una escuela de la excelencia, del mérito, del respeto, del civismo; una escuela que quería ayudar a los niños a convertirse en adultos y no a seguir siendo niños grandes, una escuela que quería instruir y no infantilizar, porque había sido construida por grandes republicanos que tenían la convicción de que el ignorante no es libre. Pero la herencia de Mayo del 68 ha liquidado esa escuela que transmitía una cultura común y una moral compartida, cultura y moral gracias a las que todos los franceses podían hablarse, comprenderse, vivir juntos. La herencia de Mayo del 68 ha introducido el cinismo en la sociedad y en la política. Han sido precisamente los valores de Mayo del 68 los que han promovido la deriva del capitalismo financiero, el culto del dinero-rey, del beneficio a corto plazo, de la especulación. El cuestionamiento de todas las referencias éticas y de todos los valores morales ha contribuido a debilitar la moral del capitalismo, ha preparado el terreno para el capitalismo sin escrúpulos y sin ética, para esas indemnizaciones millonarias de los grandes directivos, esos retiros blindados, esos abusos de ciertos empresarios, el triunfo del depredador sobre el emprendedor, del especulador sobre el trabajador.


La izquierda hipócrita


Los herederos de Mayo del 68 han degradado el nivel moral de la política. Todos esos políticos que reivindican la herencia de Mayo del 68, dan al prójimo lecciones que jamás se aplican a sí mismos, quieren imponer a los demás comportamientos, reglas, sacrificios que jamás se imponen a sí mismos. Proclaman: “Haced lo que yo digo, no hagáis lo que yo hago”. Ésa es la izquierda heredera de Mayo del 68, la que está en la política, en los medios de comunicación, en la administración, en la economía. La izquierda que le ha tomado gusto al poder, a los Privilegios. La izquierda que no ama a la nación porque no quiere compartir nada. Que no ama a la República porque no ama la igualdad. Que pretende defender los servicios públicos, pero que jamás veréis en un transporte colectivo. Que ama tanto la escuela pública, que a sus hijos los lleva a colegios privados. Que dice adorar la periferia, pero que se cuida muy mucho de vivir en ella. Que siempre encuentra excusas para los violentos, a condición de que se queden en esos barrios a los que ella, la izquierda, no va jamás. Esa izquierda que hace grandes discursos sobre el interés general, pero que se encierra en el clientelismo y el corporativismo. Que firma peticiones y manifiestos cuando se expulsa a algún “okupa”, pero que no aceptaría que se instalaran en su casa. Que dedica su tiempo a hacer moral para los demás, sin ser capaz de aplicársela a sí misma. Esa izquierda, en fin, que entre Jules Ferry y Mayo del 68 ha elegido Mayo del 68, es la que condena a Francia a un inmovilismo cuyas principales víctimas serán los trabajadores, los más modestos, los más pobres.
Ésa es la izquierda que desde Mayo del 68 ha renunciado al mérito y al esfuerzo, que ha dejado de hablar a los trabajadores, de sentirse concernida por la suerte de los trabajadores, de amar a los trabajadores; porque el valor trabajo ya no forma parte de sus valores, porque su ideología ya no es la de Jaurès o la de Blum, que respetaban a los trabajadores, sino que ahora la ideología de la izquierda es la del reparto obligatorio del trabajo, la de las 35 horas, la del asistencialismo. La crisis del trabajo es ante todo una crisis moral, y en ella la herencia de Mayo del 68 tiene una enorme responsabilidad. Yo quiero rehabilitar el trabajo, quiero devolver al trabajador el primer lugar en la sociedad.

Liquidar la herencia de Mayo del 68


La herencia de Mayo del 68 ha debilitado la autoridad del Estado. Esos herederos de los que en Mayo del 68 gritaban “CRS = SS”, toman sistemáticamente partido por los violentos, los alborotadores y los estafadores contra la policía. Lo hemos visto tras los incidentes de la Estación del Norte. En lugar de condenar a los violentos y de apoyar a las fuerzas del orden y su difícil trabajo, no se les ha ocurrido nada mejor que esta frase, que merecería ser inscrita en los anales de la República: “Es inquietante constatar que se ha abierto una fosa entre la policía y la juventud”. Como si los vándalos de la Estación del Norte representaran a toda la juventud francesa. Como si fuera la policía la que estaba actuando mal, y no los violentos. Como si los violentos hubieran destrozado todo y saqueado los comercios para expresar una revuelta contra una injusticia. Como si el hecho de ser jóvenes lo excusara todo. Como si la sociedad fuera siempre culpable y el delincuente siempre inocente. Ésos son los herederos de Mayo del 68, que denigran la identidad nacional, que atizan el odio a la familia, a la sociedad, al Estado, a la nación, a la República.
En estas elecciones se trata de saber si la herencia de Mayo del 68 debe ser perpetuada o si puede ser liquidada de una vez por todas. Yo quiero pasar la página de Mayo del 68. Pero tiene que ser más que un gesto. No hay que contentarse con poner banderas en los balcones el 14 de julio y cantar la Marsellesa en vez de la Internacional en los mítines del Partido Socialista. No se puede decir que se desea el orden y tomar sistemáticamente partido contra la policía. No es posible seguir denunciando la “provocación” y el “Estado policial” cada vez que la policía intenta hacer respetar la ley. No se puede decir que uno apuesta por el valor del trabajo y, al mismo tiempo, generalizar las 35 horas, seguir cargándolo con impuestos y estimular la mentalidad del asistido, del que cobra del Estado para no trabajar. No se puede decir que se desea obstaculizar las deslocalizaciones y al mismo tiempo rechazar cualquier experimentación del IVA social, que permite financiar la protección social con las importaciones. No es posible proclamar grandes principios y negarse a inscribirlos en la realidad. Yo propongo a los franceses romper realmente con el espíritu, con los comportamientos, con las ideas de Mayo del 68, con el cinismo de Mayo del 68. Propongo a los franceses devolver a la política la moral, la autoridad, el trabajo, la nación. Les propongo reconstruir un Estado que haga realmente su trabajo y que, en consecuencia, domine las feudalidades, los corporativismos y los intereses particulares. Les propongo rehacer una República una e indivisible contra todos los comunitarismos y todos los separatismos. Les propongo reedificar una nación que de nuevo esté orgullosa de sí misma.


Ciudadanía de deberes


Al poner sistemáticamente los derechos por encima de los deberes, los herederos de Mayo del 68 han debilitado la idea de ciudadanía. Al denigrar la ley, el Estado y la nación, los herederos de Mayo del 68 han favorecido el crecimiento del individualismo. Han incitado a cada cual a no pensar más que en sí mismo y a no sentirse concernido por los problemas del prójimo. Yo creo en la libertad individual, pero quiero compensar el individualismo con el civismo, con una ciudadanía hecha de derechos pero también de deberes. Quiero derechos nuevos, derechos reales y no virtuales. Quiero un derecho real a un techo, al alojamiento. Un derecho real al cuidado de los hijos, a la escolarización de niños con minusvalías, a la dependencia para los mayores. Quiero el derecho a un contrato de formación para los jóvenes de más de 18 años, y a la formación a lo lago de toda la vida. Quiero el derecho a la caución pública para aquellos que no tienen padres, para los que no tienen relaciones, para los enfermos a los que no se les quiere prestar porque se considera que representan un riesgo demasiado elevado. Quiero el derecho a un contrato de transición profesional para los que están en paro.
Pero quiero que estos derechos estén equilibrados con los deberes. La ideología de Mayo del 68 habrá muerto cuando la sociedad se atreva a recordar a cada cual sus deberes, cuando en la política francesa se ose proclamar que, en la República, los deberes son la contrapartida de los derechos. Ese día al fin se habrá realizado la gran reforma moral e intelectual que Francia necesita una vez más. Entonces podremos reconstruir sobre cimientos renovados esa República fraternal que es el sueño siempre inacabado, nunca realizado de Francia desde el primer día en que tuvo conciencia de su existencia como nación. Porque Francia no es una raza, no es una etnia, ni sólo un territorio; Francia es un ideal incansablemente perseguido por un gran pueblo que, desde su primer día, cree en la fuerza de las ideas, en su capacidad para transformar el mundo y hacer la felicidad de la humanidad.
Quiero decírselo a los franceses: el pleno empleo, el crecimiento, el aumento del poder adquisitivo, la revalorización del trabajo, la moralización del capitalismo, todo eso es necesario y es posible. Pero eso no son más que medios que deben ser puestos al servicio de una cierta idea del hombre, de un ideal de sociedad donde cada cual pueda encontrar su lugar, donde la dignidad de todos y cada uno sea reconocida y respetada.»